La hora terrible de los vencidos. La vida se convirtió en un infierno para muchísimos alemanes, cuando buena parte del mundo se felicitaba por el fin de la contienda más atroz jamás librada.
La historia de los terribles padecimientos de los grandes perdedores de la guerra ha pasado en buena parte inadvertida no sólo porque el castigo y la venganza de los enemigos parecían consecuencia lógica, y hasta justa, de los pecados del III Reich, sino porque los propios alemanes afrontaron a menudo esos sufrimientos con sentimiento de culpa.
El 7 de mayo de 1945, con la caída del Tercer Reich, se ponía fin a la Segunda Guerra Mundial. Oficialmente, atrás quedaban casi seis años de devastación que asolaron Europa. Pero para la población civil alemana, el sufrimiento no terminaba ahí. En tanto que culpable, Alemania debía ser castigada, Roosevelt no pudo ser más claro: «Hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener sólo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar».
Más de tres millones de alemanes murieron tras el anuncio oficial del final de la guerra. A los aliados no les tembló el pulso a la hora de aplicar los mismos métodos de represión nazis: se sucedieron oleadas de pillaje y expolio de las ciudades ocupadas, un periodo en el que, auspiciadas por los aliados, se produjeron violaciones masivas y se expulsó de sus casas a 16 millones de personas.
En 1946 se estima que nacieron unos 200.000 niños fruto de esos ultrajes y violaciones, y además se reutilizaron los campos de concentración y exterminio, incluso los más infames, como Auschwitz, Sachsenhausen, Buchenwald, Dachau y Bergen-Belsen. En esos campos, los aliados practicaron con el millón de prisioneros de guerra alemanes. «Incumpliendo la Convención de Ginebra, utilizaron a los prisioneros para hacer trabajos forzados y en la mayoría de los casos se puede decir que fueron esclavizados».
Se expulsó a más de 16.000.000 de civiles de sus hogares, apenas se repartieron alimentos entre una población famélica. La Unión Soviética tampoco respetó la Convención de Ginebra con los 90.000 presos alemanes de la batalla de Stalingrado, de los que «sólo sobrevivieron 5.000, que no pudieron volver a Alemania hasta 1955».
Sería deseable poner al descubierto las verdades incómodas de las decisiones políticas que ampararon el horror de una posguerra cruel y vengativa, y desvelar los testimonios de un período funesto de la historia de Europa, desde la inmediata posguerra hasta la Conferencia de Postdam y los procesos de Núremberg, en el que ni los Aliados ni los alemanes han querido ahondar, los unos por miedo a desvelar las innumerables infamias cometidas y los otros por temor a ser acusados de victimismo.
Vae Victis. ¡Ay de los vencidos!
GALERÍA FOTOGRÁFICA
Civiles alemanes intentando salir de Berlín con las únicas pertenencias que han sido capaces de recoger. Mayo de 1945
Un Stahlhelm (casco) alemán roto yace en un charco con las ruinas del Reichstag visibles al fondo. Berlín, Alemania 1946. Fotógrafo: © Werner Bischof/Magnum Photos (Swiss, 1916-1954). Coloreado por Fgf Colourised
Der Traum ist auf. (El sueño acabó)