El último vuelo del "Barón Rojo"

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El 21 de abril, fue el 103 aniversario de la muerte del as volador alemán Rittmeister (Capitán de Caballería) Manfred von Richthofen (más tarde será conocido como el "Barón Rojo").
Tenía 25 años y fue acreditado con el derribo de las víctimas 79 y 80 el 20 de abril de 1918.
Richthofen recibió una herida mortal justo después de las 11:00 a. m. el 21 de abril de 1918, mientras sobrevolaba Morlancourt Ridge, cerca del río Somme.
Es probable que una ametralladora Lewis de la 53ª Batería, 14ª Brigada de artillería de campo, de la Royal Australian Artillery matara a von Richthofen. Nada más saber que el "Barón Rojo" había sido derribado decenas de soldados australianos que cubrían aquel sector, corrieron para desvalijar su cadáver y hacerse con todo tipo de recuerdos.
(Coloreado por Olga / 'Klimbim', Benjamin Thomas y Royston Leonard Historic photo restored in color by Johnny Sirlande)

El 21 de abril de 1918 era derribado en Francia el que para muchos fue el mejor piloto de los primeros años del siglo XX, Manfred von Richthofen, más conocido como el "Barón Rojo". Quién durante su legendaria y corta carrera, (murió con tan sólo 25 años) llegó a derribar a 80 aviones enemigos.
Sobre quien acabó con la vida del as alemán existen dos teorías; en un principio se decía que el causante había sido el capitán canadiense Roy Brown pero desde ya unos cuantos años lo más aceptado suele ser que el disparo que acabó con la vida de Manfred salió del rifle del soldado de infantería William John Snowy.
Fuera quién fuera el causante de su muerte, el trato que le dieron sus adversarios durante su funeral fue digno de mención ya que el encargado de hacerlo fue un escuadrón australiano que estaba cerca, rindiendo todos los honores militares e incluso le mandaron coronas, que decían a nuestro enemigo galante y digno.
Su lápida decía:
"Aquí yace un valiente, un noble adversario y un verdadero hombre de honor. Que descanse en paz"

El as alemán Manfred von Richtofen, el «Barón Rojo», en esta fotografía de 1917.
Su muerte sigue siendo desconocida, afirman que fue el capitán canadiense Roy Brown quien derribó el Fokker rojo de von Richthofen, otros mencionan que fue un soldado de infanteria australiano llamado William John "Snowy" Evans quien acabó con la vida del Barón Rojo al disparar desde tierra una bala del calibre 7,70 mm. y derribarlo en Vaux sur Somme


En las primeras horas del 22 de abril, los restos de Manfred von Richthofen y su triplano Fokker "rojo" fueron recuperados del lugar de caída y llevados al aeródromo del Escuadrón N° 3 del Cuerpo Aéreo Australiano.
"El famoso aviador alemán fue derribado y se estrelló en las líneas australianas mientras volaba muy cerca del suelo detrás de un avión de reconocimiento británico. Sólo una bala, que se cree que provino de una ametralladora Lewis acoplada a una batería de la artillería de campaña australiana, fue encontrado en su cuerpo. De izquierda a derecha: el teniente C. W. Gray, observador; el teniente F. J. Mart, observador; el teniente N. Mulroney, piloto; el teniente O. G. Witcomb, observador; el teniente T. L. Baillieu, piloto; el teniente R. W. Kirkwood, observador; teniente A. L. D. Taylor, observador (muerto en combate el 20 de mayo de 1918); soldado L. H. Reid, (detrás); teniente M. Sheehan, piloto". (Extracto del sitio del Australian War Memorial)




El día 21 de abril se cumplieron 103 años de los últimos minutos del inmortal Barón Rojo; ¿pero como fueron los momentos finales del, quizá, más grande piloto de la aviación?.

Un cielo limpio y claro de primavera, como esos cuadros que decoran la sala de espera de un dentista, intentando sosegar los nervios.
Y un zumbido suave al comienzo, cada vez mas ruidoso y grave, mas intenso y sonoro; como el torno del dentista, girando a furiosas 100.000 vueltas por minuto.
El motor de 9 cilindros Oberursel Ur.II ruge furioso, batiendo el aire con las afiladas hélices, empujando a cortar el viento con sus alas. No es una velocidad de cacería, sino una velocidad de escape.
El elegante avión del Barón Rojo, un Fokker Dr. I, hace gala de toda su maniobrabilidad, como una bailarina de ballet, quebrando su rumbo una y otra vez en un vaivén sinuoso. Un error y el más grande aviador de la guerra y quizá de todos los tiempos será hombre muerto.
Por detrás, el canadiense Roy Brown apenas logra contener sus emociones. La mano tensa sobre la palanca de vuelo, el dedo rígido sobre el gatillo, listo a presionar a la primera señal nerviosa de su cerebro focalizado. Los ojos clavados en la mirilla, el corazón subiendo hasta la garganta.
Suelta varias ráfagas cada vez que la nave roja pasa fugazmente como un espectro sobre su visor. Las balas son escupidas milimétricamente calculadas, de forma que pasan entre las hélices del avión propio para impactar en el ajeno. Tétrico artilugio inventado con estupenda genialidad, con el único objetivo de matar. Pero el Barón Rojo hace bailar a su nave, aún con cierta gracia, aún con cierta soltura en los movimientos bruscos, a pesar de que hace tiempo no es el mismo.
Roy Brown vuelve a disparar, y otra vez, y una vez más. Cada vez que ese dragón logra esquivar sus disparos, amaga con una maniobra para ponerse a la ofensiva. Pero la tensa mano del canadiense sobre la palanca de mandos adivina sus movimientos, así como el as alemán adivina sus disparos.


No puede acertarle, es como luchar contra su propia mente, como intentar anticipar a un espejo. Quizá ese hombre simplemente no puede ser vencido, quizás el Barón esta a otro nivel, fuera del alcance de cualquier mortal que quiera medírsele. Quizás él y su avión rojo desfilan impunes en los cielos como el ángel de la muerte.
Pero no, no puede dar cabida a esos pensamientos, no puede distraerse con historias de fantasmas. Porque la cabeza que dirige ese avión rojo se da vuelta cada tanto para mirarlo, mide sus maniobras, calcula sus movimientos. El motor sigue rugiendo y las ametralladoras revientan en fuego. Las balas silban, pero el pájaro escarlata sigue esquivándolas, como si 450 disparos por minuto fueran nada para él.

Roy Brown se impacienta, pero intenta calmarse, el as alemán ha amagado ya dos veces con maniobras bruscas que por poco pudo cortar. En cualquier momento, si se distrae, si reacciona una décima de segundo más tarde, o si su mano nerviosa lo hace un momento de más, estará acabado. Pasará de perseguidor a perseguido, se convertirá en presa. Y tras de el tendrá al más hábil cazador que el mundo ha conocido.
No puede permitirse regalarle la espalda, debe seguir siguiéndolo el por detrás. Cuantos pilotos habían visto, antes de caer en un remolino de fuego contra los árboles y el suelo, a ese avión rojo sangre que el ahora tenía de frente.

Como el cuento de la medusa griega o el mítico basilisco, que mataban con la mirada; tal vez lo último que vieron esos desdichados, fueron los acerados ojos azules del Barón Rojo, Manfred von Richtoffen.


Los dos aviones se internan en el valle del Somme, testigo de tantas batallas y muerte. Cuantos hombres habían muerto por cincuenta metros de terreno ahí abajo, distancia que estos aviones cubrían en apenas un segundo. Roy Brown vacía el aire de sus pulmones en un profundo soplido, y sigue con sus ojos el derrotero del avión enemigo que se pondrá sobre su visor, apenas pestañeando, pensando miles de variables en tan solo un segundo, casi sintiendo y percibiendo toda su existencia en cámara lenta, calcula la dirección del avión enemigo cuando salga de su campo de tiro.
El avión rojo pasa frente a él, y Roy Brown descarga toda la furia de sus ametralladoras, pero continúa disparando a la vez que copia como una sombra la dirección del avión rojo. Las balas lo alcanzan, levantando la elegante pintura roja y haciéndola saltar con chispas por el aire.
Mientras todo esto ocurre, en tierra, la infantería de Su Majestad Británica sigue atentamente los combates, y las ametralladoras no tardan en aprestarse.

Pero al parecer ya no será necesario, el elegante avión rojo escarlata de Richtoffen se desploma súbitamente al suelo tras los disparos de Brown, perdiendo altura al instante, aunque sin caer totalmente en picado. Brown lo sigue atónito con la mirada, apenas puede creerlo, la aguja de combustible ha bajado mucho así que tuerce su rumbo para volver.
Su cabeza mira de costado, a ese pájaro rojo con el mayor as a bordo, desplomándose a tierra. La leyenda cayendo ante sus ojos, el mito desmoronándose frente a él, por su propia mano y por sus propias balas.
El avión enemigo, aún entero, cae con una gracia digna del alma que arrastra consigo. A profundidades más bajas que ese suelo verde y florecido, o a cielos más elevados que ese azul de primavera. Con estos pensamientos, Brown le dedica una última mirada y un saludo, a ese punto solitario en el firmamento.

Pero de pronto, contrariando toda ley de la física el avión rojo comienza a desacelerar su caída, a aplanar su picado, y recuperar altura. Brown lo mira dos veces, pero no hay duda. El avión rojo maniobra, esta maniobrando y aún en combate. En combate contra él. Rápido, Brown se echa en picado, debe ganar su espalda, debe volver a ser el perseguidor, no debe ver a los ojos al basilisco, no puede dejar que el Barón, hace ocho segundos muerto y convertido en leyenda, haga de él, su victoria número 81.
Por poco logra ponerse a la cola del avión enemigo, pero la distancia es bastante considerable, las maniobras son mas abiertas, las balas apenas si llegan con tiempo a representar una amenaza para el alemán. En un momento ambos aviones llegan a luchar a ras del suelo, en una de las tantas manobras del Barón para sacarse de encima a Brown, y un par de veces parece a punto de lograrlo, pero es inútil, el Barón no tiene la misma gracia desde ese fatídico día de 1917. Desde que esa bala entró en su cabeza dañando el cerebro, jamás ha vuelto a ser el de antes.

Segundos después, una ráfaga de ametralladora australiana venida desde tierra, donde disparan Cedric Popkin, Robert Bluie y "Snowy" Evans, sirvió de tamborileo final a la incertidumbre del ya más que prolongado dogfight aéreo. Y apenas un momento después, la aeronave del Barón se estampó contra el suelo, en un zona de cultivo cerca de Vaux-sur-Somme.
Cuando encontraron su cuerpo, aquella mañana del 21 de abril de 1918, de hace 103 años; tenía el pecho atravesado por una sola bala. ¿Quién lo había matado?.
¿Habían sido las ametralladoras desde tierra?. ¿O había sido Brown?. ¿Acaso lo había logrado alcanzar de muerte, o esa perdida brusca de altitud fue una ultima treta del genio alemán para librarse de su cazador? O fue quizás esa otra bala del verano de 1917, la que le quitó la pericia y temple, matándolo poco a poco; y robándole quien fue, hasta ese último vuelo de primavera soleada de 1918.
Enterrado por el enemigo con todos los honores. Su ataúd, cubierto de flores como ofrenda, fue llevado a hombros por seis miembros del escuadrón 209. Y mientras su cuerpo bajaba al eterno descanso del entierro, presentando armas, las salvas de honor de los australianos sonaron tres veces, antes de que el piloto tocara tierra por última vez.
Retumbando hacia ese cielo, que había perdido a su Barón, que había perdido a su rey.


Autor: FORTIS 3 para Fortis Leader



Retrato de Richthofen. Luce la prestigiosa cruz azul Pour le Mérite, máxima condecoración militar alemana

Rittmeister Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen

El Albatros biplano II, con el que el Barón Rojo consiguió la mayor parte de sus victorias

 Manfred von Richthofen con otros pilotos en Roucourt, Francia

Fokker DR.I. Réplica del famoso triplano utilizado por Manfred von Richthofen

Tarjeta postal alemana de 1917 con una foto de Manfred von Richthofen




FUENTES:

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El Atrincherado

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El trastero de la historia






























Pedro Pablo Romero Soriano PS

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