Los hijos de los jerarcas nacionalsocialistas alemanes

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Gudrun Himmler con su padre, Reichsführer-SS y jefe de la policía alemanaHeinrich Himmler

Frau Margareta Himmler, viuda de Heinrich Himmler, líder de las temidas SS desde 1929 hasta 1945, con su hija Gudrun, en un campo de detención aliado, cerca de Roma, donde fueron entrevistadas por primera vez

La historia de los hijos de los jerarcas nacionalsocialistas están atravesadas por el dolor, obligados a rendir cuentas por crímenes que no cometieron. Algunos intentaron pasar inadvertidos, otros defendieron a su padre a ultranza hasta el final, y hubo quienes los juzgaron sin clemencia: “Ya no lo odio. Sólo lo desprecio”.

Edda Göring, Gudrun Himmler, Wolf Rüdiger Hess, Rolf Mengele o Martin Adolf Bormann entre otros, llevan a cuestas los crímenes y las atrocidades que cometieron sus padres durante el Tercer Reich.
Gudrun Burwitz, la hija de Heinrich Himmler, el funcionario de más alto rango de Alemania después de Adolf Hitler, murió el 24 de mayo de 2018 en o cerca de Munich. Tenía 88 años.
Cuyos partidarios y detractores, a veces, la llamaban "la princesa nazi", permaneció impenitente y leal a su padre hasta el final.
Aunque visitó un campo de concentración, negó la existencia del Holocausto y, en los últimos años, ayudó a proporcionar dinero y consuelo a ex nacionalsocialistas condenados o sospechosos de crímenes de guerra.
Gudrun, que era la hija mayor de Himmler y la única hija legítima, estaba dedicada de lleno a su padre. Más tarde, Himmler y su esposa adoptaron un niño, y luego él tuvo otros dos hijos con su amante.
Cuando el Tercer Reich cayó en mayo de 1945, Gudrun, de 15 años, y su madre huyeron al norte de Italia, donde fueron arrestadas por las tropas estadounidenses. Himmler fue capturado por las fuerzas rusas el 20 de mayo de 1945 y fue transferido a las autoridades británicas. Tres días después se suicidó mordiendo una pastilla de cianuro que había ocultado.
Gudrun y su madre estuvieron detenidas durante cuatro años en varios centros de detención en Italia, Francia y Alemania. Ella se negó a creer que la muerte de su padre fue un suicidio y sostuvo que había sido asesinado por sus captores británicos.
Se llamaba igual que su padre. Martin Bormann. Era sacerdote, tenía setenta años y aceptaba una entrevista con un periodista tras haberla postergado varios meses. La conversación fue fluida, más de lo que los dos habían supuesto.
El periodista hizo la pregunta que lo había llevado hasta allí. ‘Cómo convivía con que cada vez que era mencionado en un libro o en los medios, su padre encarnaba la imagen del mal, de lo inmoral, de lo brutal’. Esa actitud serena que había transmitido a lo largo del encuentro, se evaporó de inmediato.
De su billetera extrajo un pequeño y añejo papel doblado en cuatro. Los bordes amarillos y deshilachados demostraban que tenía muchos años. Lo desplegó y le mostró qué decía ese papel. En caligrafía armoniosa y firme se leía: “Hijo de mi corazón. Ojalá te pueda volver a ver muy pronto. Papá”. Esa nota de 1943, más de medio siglo después, seguía conmoviendo a Martin Bormann hijo. Cuando levantó la cabeza dejó ver sus ojos cubiertos por las lágrimas. Luego se explicó (o se excusó) ante el cronista: “Entiéndame. Esta es la imagen que yo tengo como hijo. Y no me la dejo quitar. Me opongo a perderla”.
Martin Bormann, el padre, había sido el secretario personal de Adolf Hitler y jefe del Partido Nacionalsocialista (NSDAP). Su poder en Alemania solo era superado por el de Hitler. Cuando este se suicidó y los rusos acechaban Berlín, Bormann quiso escapar. Se cree que también se suicidó al ver que la fuga era imposible.
Dedicó su vida a difundir lo aberrante de las acciones de su padre y el resto de los líderes nacionalsocialistas, para que eso no volviera a suceder. Sin embargo, a pesar de poder ver la verdad, no podía dejar de querer a su padre.
La historia de los hijos de los jerarcas nacionalsocialistas está llena de dolor, desprecio y desesperación. Algunos de ellos negaron a sus padres, otros (no demasiados) condenaron enérgicamente sus crímenes, muchos los justificaron y hasta los defendieron, y los que pudieron ocultaron su pasado para intentar vivir una vida normal, aunque nunca lo consiguieron.
¿Cómo puede reaccionar un hijo ante el dato de que su padre es un asesino de masas? No hay respuesta posible. Resulta inimaginable para gran parte de la población.
No hay un linaje genocida. Ellos no cometieron esos crímenes. Pero esos crímenes pesan sobre ellos, los afectaron, tuvieron una presencia, física y pesada, en su vida. Una presencia permanente e imborrable. El apellido como estigma, como maldición.
Edda Göring, hija de Hermann Göring, creador de la Gestapo y líder de la fuerza aérea alemana, la Lufftwafe, nació en pleno nazismo. Su padrino fue Hitler. Para celebrar su nacimiento, decenas de aviones desfilaron por el aire formando la cruz esvástica. Más de 600 mil telegramas de salutación se emitieron en el término de un mes. Edda Göring dedicó toda su vida a negar los crímenes del nazismo, intentó honrar el nombre de su padre. Siempre fue impermeable a las pruebas históricas y a los argumentos racionales. Desafiante, hablaba de “los días gloriosos del nazismo”. Y reclamó los bienes y obras de arte que su padre había saqueado, se habla de más de 1200 pinturas y 250 esculturas.
Edda se disputaba el título de la princesa del Tercer Reich con Gudrun Burwitz, que en los años nazis era conocida como Gudrun Himmler, hija de Heinrich Himmler, otro importante jerarca. A pesar de utilizar el apellido de su madre después de 1945, ella nunca dejó de añorar públicamente los años en que su padre gozaba de poder e impunidad. Se convirtió en un referente neonazi y hasta solventó los gastos de defensa de criminales juzgados tardíamente como Klaus Barbie. Ambas tienen perfiles similares. Las dos defendieron a ultranza a sus padres y si debían reconocer alguna culpa la depositaban en Hitler. “Mi padre no era un fanático. Podía leerse la paz en sus ojos. Lo amé mucho y se veía que él me amaba”, afirmó Edda Göring.
Brigitte Höss, la hija del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, se escondió durante décadas. Usó su apellido de casada e intentó pasar lo más desapercibida posible. Solo dio una entrevista a los 80 años cuando recibió el diagnóstico de una enfermedad terminal. Dijo que su padre era un hombre sensible y amoroso, que les leía cuentos antes de ir a dormir, que nunca insultaba y que en su casa jamás escuchó un grito. También dijo que durante su infancia, Auschwitz era un paraíso. Claro que ella, con su insensibilidad, hablaba de su casa, ubicada del otro lado del alambre de púas, con todas las comodidades, atendida por un batallón de sirvientes esclavos provenientes del campo y con bienes de lujo que eran fruto del saqueo nazi.
Brigitte definió Auschwitz como un "paraíso", pero los que allí habitaban sabían que aquello era el mismo infierno. Su visión se alejaba así de la auténtica realidad. Para ella, las estrellas amarillas o los pijamas a rayas blancas y negras que llevaban sus jardineros formaban parte del atrezzo
De los hijos de Adolf Eichmann, los dos mayores defendieron a su padre por largo tiempo, mostrándose ciegos ante las evidencias. Klauss y Adolf intentaron traer al padre de vuelta a la Argentina luego de la captura del jerarca por parte de las fuerzas del Mossad. Crearon el Frente Nacional Socialista Argentino, una agrupación que pretendía tener un fin político pero que su objetivo principal era cometer delitos como robos y secuestros mientras intentaba esparcir la ideología nazi. Sostenían que su agrupación era indispensable “ante la forma pusilánime en que era tratado el problema judío”.
Klaus, se debe recordar, con su indiscreción fue el que permitió que se diera con el paradero de Eichmann al contarle a su novia y al padre ciego de esta cuál era su verdadero apellido y que su padre se movía bajo el nombre de Ricardo Clement.
Por el contrario, el hijo menor, reconocido arqueólogo y egiptólogo, Ricardo Eichmann, prefiere pasar inadvertido y dedicarse a su profesión. Vive en Berlín y rechaza a los periodistas que se acercan a él. La última vez que habló fue en 1995 y avisó que sería su entrevista final. Allí dijo que él no era responsable de los crímenes de su padre y que en el juicio había quedado probada su culpabilidad. “Huir del apellido no cambia nada. Es imposible escapar de nuestro propio pasado. Pero sí podemos ser mejores”, dijo.
Los hijos de Albert Speer, en tanto, integran junto al de Bormann y el menor de los Eichmann el grupo de los que se alejaron de su padre y condenaron sin reticencias su actuar. Crearon una organización para colaborar con las víctimas del nazismo.
Reconocido urbanista y arquitecto Albert Speer hijo, murió a los 83 años de edad en 2017. El mayor de los seis hijos del ministro de Hitler Albert Speer, nació en 1934 en Berlín y creció en Berchtesgaden, en el sur de Alemania. Entre los proyectos más importantes de Speer, figuran el rascacielos Torre Victoria en Mannheim, el diseño para la Expo 2000 de Hannover, el desarrollo del barrio europeo en el recinto de la antigua estación de mercancías de Fráncfort y el nuevo edificio del Banco Central Europeo.
Un caso extremo es el de Niklas Frank, hijo de Hans Frank, el Carnicero de Polonia. Niklas denostó al padre y su actuación a lo largo de toda su vida. Escribió libros, dictó conferencias y hasta fue protagonista de un muy buen documental (Qué hicieron nuestros padres: el legado nacionalsocialista) condenando al nazismo y en especial a su progenitor. "Ya no lo odio. Solo lo desprecio", afirmó. Durante años, en su billetera llevó la foto de su padre ejecutado en la horca: "Me satisface el estado de la foto: está muerto. Ya no puede hacer daño al menos". También dice en el documental: "Quiero saber todo. Me obsesiona. No hay que tenerle miedo al pasado".
El hijo de Josef Mengele siempre pensó que ese familiar que estaba en Sudamérica y del que se hablaba poco en su casa era su tío. Hasta que alguien le dijo que era su padre. Movido por la curiosidad viajó a conocerlo. Se encontraron y estuvieron juntos unos pocos días. Años más tarde el hijo contó: "Nunca voy a entender cómo seres humanos pudieron actuar de esa manera. El hecho de que se trate de mi padre no cambia nada. Lo que pasó es para mí contrario a toda ética, a toda moral, e impide toda comprensión de la naturaleza humana". Después, nunca más se vieron. Mengele murió dos años más tarde.
Otro que forzado por las circunstancias tuvo poco contacto con su progenitor fue el hijo de Rudolf Hess. El padre fue encarcelado en Inglaterra cuando él tenía 4 años. Luego llegó Nuremberg y el encierro en Spandau. Cuando Wolf Rudiger Hess tenía 9 años su madre lo llevó a la prisión a ver a su padre. Pero este no los quiso recibir. Intercambiaron cartas durante décadas. El padre podía escribirle solo una vez por mes. Su contacto se reducía a 12 cartas anuales. Se vieron cara a cara 28 años después. En 1969. El hijo que había visto por última vez a su padre a los 4 años tenía en ese entonces 32.
La vergüenza, el odio, la culpa o la negación son algunos de los estados emocionales que han vivido todos y cada uno de sus protagonistas, perseguidos por su pasado familiar. A pesar de que arrancaron ciertas páginas de sus libros familiares, el orden natural de su árbol genealógico hizo que su vida no fuera del todo sencilla.
No son muchos los que pueden lidiar con ese legado macabro. Conviven la culpa, el dolor, la incomprensión (propia y ajena), el temor, el odio. Siempre es complicado juzgar a los padres. Por eso en estas historias hay pocos términos medios. Se los rechaza o se los defiende a ultranza. La mayoría de los hijos juzga a sus progenitores por sus actos privados. Estos descendientes de líderes nacionalsocialistas deben hacerlo también por su atroz actuación pública. Cada uno manejó esa herencia como pudo pero a todos, de una manera u otra, les fue imposible ignorar el terrible pasado familiar.
Todos debieron convivir con el hecho de que ese genocida también era su padre.
Nos quedan muchas historias en el tintero, y otras historias que en el delirio de sus padres se llevaron a sus hijos con ellos en una macabra despedida como los hijos del infame Goebbels​​ y Magda su mujer. Magda fue una de las últimas personas en ver tanto a Hitler como a Eva Braun antes de que ambos se suicidasen la tarde del 30 de abril.​ Al día siguiente, Magda y Joseph dispusieron que el dentista de las SS Helmut Kunz inyectase morfina a sus seis hijos con el fin de dejarlos inconscientes y así poder introducirles una ampolla de cianuro en la boca.

Hermann Göring con su hija Edda

Brigitte, la hija de Rudolf Höss

Adolf Eichmann con su hijo Horst

Heinrich Himmler junto a su mujer Margarete Himmler y su hija, Gudrun Himmler

El arquitecto Albert Speer con sus hijos









FUENTES:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=961910289293480&set=a.418790153605499

Historia de la Segunda Guerra Mundial

- Hijos de Nazis de Tania Crasnianski 2013.
-Nosotros los hijos de Eichmann: Carta abierta a Klaus Eichmann. 23 septiembre 2010 de Günther Anders (Autor), Vicente Gómez Ibáñez

































Pedro Pablo Romero Soriano PS

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