El mariscal Simion Mikhalovitch Budienny, compañero revolucionario de Stalin y mítico jefe de la caballería soviética, rebasó con mucho los límites de su incompetencia cuando le entregaron el mando del frente Sur. Sus majestuosos bigotes de manillar inspiraron en el mariscal alemán von Rundstedt, que le barrería en Ucrania, una cruel frase: "grandísimos bigotes y diminuto cerebro". Budienny se pudo apuntar algunos pequeños éxitos durante el comienzo del verano de 1941, conteniendo el avance alemán sobre Kiev, pero a mediados de agosto su situación comenzó a ser desesperada.
Los alemanes habían cruzado el Dnieper en Dniepropetrovsk y se extendían por toda la curva baja del río como la langosta, ocupando las feraces llanuras agrícolas y dominando los núcleos industriales y las cuencas mineras. La propia Kiev quedó amenazada de cerco. Budienny convocó a sus jefes militares y a su comisario político, Nikita Kruschev, en una reunión de urgencia el 11 de septiembre. Este consejo de guerra decidió solicitar de Moscú permiso para una inmediata retirada, antes de que los alemanes pudieran cerrar la bolsa. Terminaban su mensaje: "...cualquier retraso ocurrido en la retirada del frente suroeste podría llevar a la pérdida de tropas y de enormes cantidades de material bélico". Stalin tomó la peor de la decisiones. Ordenó resistir a toda costa y para asegurarse de que la orden sería cumplida relevó a Budienny del mando y envió allí al mariscal Timoshenko. El nuevo jefe se incorporó a su nuevo puesto de mando el 13 de septiembre.
Para entonces la suerte estaba echada: las columnas acorazadas de Rundstedt estaban cerrando su tenaza de hierro. El día 14, en efecto, las columnas alemanas enlazaban en Lokhvitsa, 200 kilómetros al este de Kiev, montando la mayor bolsa de aquella campaña, con más de un millón de hombres atrapados en ella. Desmoralizados, aislados, empujados por todos los lados por las fuerzas mecanizadas alemanas, los cercados no opusieron gran resistencia. El día 19 de septiembre se rendía Kiev. Una semana después terminaba la batalla, con la capitulación de las últimas fuerzas importantes.
Según fuentes alemanas, tomaron allí 665.000 prisioneros, 884 blindados y 3.500 cañones; los muertos, siempre según Berlín, ascendieron a cerca de 300.000. Las cifras soviéticas reducen a la mitad las de los alemanes. En todo caso, lo constatable es que durante los dos meses siguientes los soviéticos carecieron de fuerza para oponerse al avance alemán hacia Jarkov y Rostov, pese a los propios problemas de los ejércitos alemanes del sur, privados de parte de sus efectivos y enfrentados a unos espacios geográficos inabarcables.
FUENTES:
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(Claudio A Aguirre)
Pedro Pablo Romero Soriano PS