Batalla de Budapest: el ultimátum de Malinovsky

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Rodión Malinovsky, comandante del II Frente Ucraniano quería capturar Budapest lo antes posible para continuar su avance hacia Bratislava y Viena. Tanto él como Tolbujin sabían, por su experiencia de Stalingrado, que el asedio sería largo y con alto costo en vidas, teniendo en cuenta que nunca antes el Ejército Rojo había asediado una metrópoli europea con un millón de habitantes. En el asedio que tenía lugar, Budapest concentraba a 15 divisiones soviéticas y 3
divisiones rumanas. El 29 de diciembre de 1944, el mando soviético, con la anuencia de Stalin, solicitó a la guarnición del Eje que defendía la ciudad, a rendirse. Los términos serían generosos. Los húngaros serían liberados inmediatamente y los alemanes repatriados a Alemania inmediatamente después de la guerra. A todos se les permitiría conservar sus uniformes y medallas. Se proporcionaría comida a todos, y los heridos y enfermos recibirían atención médica sin demora. El ultimátum en cuestión se encargó para ser entregado por dos capitanes: Miklós Steinmetz en Pest e Ilya Afanasevich Ostapenko en Buda, pero la misión de ambos terminaría fallando. El mando soviético acusó a los alemanes de matarlos, contraviniendo los códigos de guerra, acusación de la que se harían eco los historiadores por varias décadas.
Steinmetz, un soldado de origen húngaro que se había criado en la Unión Soviética, había servido en la Guerra Civil Española como intérprete de Malinovsky y más tarde como un oficial de inteligencia. Su misión fracasó incluso antes de que pudiera llegar a las líneas alemanas. El teniente primero Gyula Litteráti-Loótz, comandante del batallón antitanque de la 12° División de Reserva húngara, escribió: “En la mañana uno de mis subalternos informó que un jeep soviético con bandera blanca se acercaba desde Vecsés, 150 a 200 metros por delante de nosotros en dirección a los soviéticos. Claramente visibles a simple vista, las minas antitanques estaban sobre los adoquines de la vía Üllői como un tablero de ajedrez. Debido a su rápida retirada el día anterior, los alemanes no habían tenido tiempo de enterrar las minas bajo la superficie de la carretera, lo que en cualquier caso habría sido un proceso complicado y prolongado debido a los adoquines. El propósito de las minas era hacer que los soviéticos, si atacaban con tanques, se detuvieran frente al campo de minas y constituir un objetivo firme, al menos por un tiempo.
Para nuestra inmensa sorpresa, el jeep en el que observé a dos hombres sentados, el conductor y otro junto a él que agitaba una tela blanca unida a un palo, simplemente disminuyó la velocidad frente a las minas y luego trató de pasar entre ellas al ritmo del paso caminante de una persona. Las minas se habían colocado en disposición antitanque, y la banda de rodadura de un tanque es casi el doble de ancha que la de un jeep. Sin embargo, el patrón irregular de las minas obligó al conductor a intentar cruzar la barrera haciendo un slalom. Hubo un silencio de muerte, ni un solo tiro fue disparado por alguno de los lados. Todo sucedió en una fracción de segundo. Hubo una gran explosión, humo gris blanquecino, la parte delantera del automóvil se arqueó y la bandera blanca tuvo una vista grotesca mientras volaba a través del aire describiendo un gran arco. Cuando el humo se hubo disipado, el coche destrozado fue parado en medio de la barrera de la mina. Los dos rusos aún estaban sentados en el jeep, desplomados inmóviles uno contra el otro. La mina había explotado al lado izquierdo del coche; el conductor probablemente la había golpeado con la rueda delantera de ese lado.
Los recuerdos de Litteráti-Loótz resultan muy confusos si se intenta reconstruir el evento sobre el terreno. Desde su posición de combate, como él lo especifica, no pudo haber visto lo que describe porque su vista habría sido obstruida por una lomada en la carretera y una diferencia de nivel de 5 metros entre él y la primera línea soviética. Además, su perspectiva estaba restringida por el hecho de que la carretera se dobla hacia el norte en un ángulo de unos 5 grados en lugar de ir en línea recta. Hay más inexactitudes en su narrativa: la distancia a la fábrica de máquinas Hofherr-Schrantz era de 2 kilómetros en lugar de “no muy lejos” como él afirma; según el mapa la muerte de los delegados habría ocurrido no a 150 o 200 metros sino a 400 metros de donde se encontraba; y no había calles adoquinadas en ningún lugar de aquel ligar. Por lo tanto, o ubica incorrectamente su posición de combate o da una explicación incorrecta de cómo los delegados murieron o ambas posibilidades. Nunca se sabrá exactamente lo que sucedió. La explicación más probable es que el relato de Litteráti-Loótz es incorrecto en ambos aspectos, aunque el jeep puede realmente haber pasado sobre una mina, activándola.



En la otra misión, Ostapenko y su grupo, inicialmente tuvieron más éxito. Aunque fueron atacados, ninguno resultó herido, porque las balas cayeron frente a sus pies. En un segundo intento, llegaron a las posiciones alemanas sin ser tiroteados. Para ese momento el mayor Shajvorostov, jefe de inteligencia de la 318° División, había sido informado por teléfono de la muerte de Steinmetz y su compañero, pero ya no pudo detenerles a Ostapenko y sus acompañantes.
El teniente Orlov, quien sobrevivió a esta misión, informó los hechos en detalle posteriormente. Los alemanes les vendaron los ojos a los delegados y los llevaron al puesto de mando de la 8° División de Caballería de las SS en la colina Gellért-hegy. Después de una educada presentación Ostapenko entregó el ultimátum al oficial de mayor rango, quien contactó inmediatamente a Karl Pfeffer-Wildenbruch (comandante alemán encargado de la defensa de Budapest). Ostapenko luego pasó casi una hora de conversación informal con los oficiales de estado mayor alemanes. Después de la respuesta negativa de Pfeffer-Wildenbruch a los delegados es que decidieron iniciar su viaje de regreso al cuartel general soviético: “Cuando Ostapenko hubo devuelto el sobre a su estuche de mapas, el oficial alemán ofreció a cada uno de nosotros un vaso de agua con gas. Aceptamos con gusto y vertimos la bebida de bienvenida en nuestras gargantas secas. Luego los alemanes nos vendaron los ojos y tomándonos del brazo, nos sacaron del edificio. Nos volvieron a sentar en el auto y partimos”, narró Orlov.
Los delegados soviéticos pronto llegaron al frente alemán, el cual tendrían que cruzar, en donde fueron recibidos por el SS Scharführer Josef Bader, un suboficial de la 8° División de Caballería de las SS quien relata así: “Mi comandante me ordenó que llevara a los delegados de regreso a tierra de nadie, donde los había visto por primera vez. Nosotros caminamos. Cuanto más nos acercábamos a nuestras primeras líneas, más intenso se volvía el bombardeo soviético, aunque unas horas antes, cuando llegaron los delegados soviéticos, el fuego había sido suspendido. Ahora estaban bombardeando nuestras líneas nuevamente. Le sugerí al capitán soviético (que hablaba un alemán impecable) que deberíamos detenernos y esperar a que cesaran los bombardeos antes de continuar. El oficial soviético dijo que no podía entender por qué su gente estaba disparando tanto contra nuestras posiciones, aunque debían haber sabido que sus delegados aún no habían regresado. Pero el capitán insistió que tenía órdenes estrictas de regresar con su gente tan pronto como sea posible. Entonces, ordené al grupo que se detuviera, les quité las vendas de los ojos y les dije que no tenía intención de suicidarme y que no iba a avanzar más. Dejé que cruzaran la tierra de nadie. Debo enfatizar que nadie de nuestro lado disparó y solo se podía escuchar las detonaciones de los proyectiles enemigos. El grupo empezó a cruzar una placita. Cuando habían recorrido unos 50 metros, un proyectil golpeó desde un costado. Me arrojé en forma plana sobre mi estómago. Cuando levanté la vista, solo pude ver dos soldados caminando. El tercero yacía inmóvil en el camino”. Con respecto a este desenlace el relato del propio teniente Orlov ratifica lo manifestado por el oficial alemán Josef Bader.
En cualquier caso, ni Ostapenko ni Steinmetz y su conductor fueron deliberadamente asesinados por los alemanes. Con toda probabilidad sus muertes fueron causadas por casualidad y un grotesco descuido. Por otro lado, según testigos presenciales, un tercer delegado, un oficial del XXX Cuerpo de Fusileros soviético Cuerpo de Fusileros, llegó a caballo con una bandera blanca y fue conducido hacia el cuartel del Generaloberst Schmidhuber, comandante de la 13° División Panzer alemana. En el nombre de su cuerpo, el oficial, al que se describe como ligeramente ebrio, ofreció un alto el fuego de tres días para que los alemanes pudieran preparar su capitulación. Schmidhuber telefoneó a Pfeffer-Wildenbruch y le sugirió que pretendiera aceptar la oferta con el fin de ganar al menos 3 días de tregua en la que los problemas de dotación de la línea del frente después del reagrupamiento de tropas se puede resolver. El comandante alemán respondió bruscamente que tal proposición estaba completamente fuera de discusión. Entonces el oficial soviético fue hecho prisionero. No se supo nada más sobre su destino.
El 31 de diciembre de 1944, Radio Moscú transmitió un informe detallado de la muerte de los emisarios soviéticos para la rendición alemana en Budapest. Como resultado, el mando supremo de la Wehrmacht inició una investigación, que, en base a los testimonios, terminó por rechazar la versión soviética de los hechos acaecidos con sus oficiales delegados. No obstante, el poder judicial soviético explotó el asunto, como lo hizo en otras situaciones. En Budapest, el chivo expiatorio fue el capitán Erich Klein, comandante del I Batallón de Artillería de la División Feldherrnhalle. En 1948, como prisionero de guerra, fue acusado de la muerte de Ostapenko. A pesar de la tortura física, se negó a declararse culpable, pero sin embargo recibió una sentencia de muerte, que luego se conmutó a 25 años de prisión. Fue puesto en libertad en 1953. Su rehabilitación por un fiscal ruso militar en 1993 terminó por confirmar que la acusación en su contra fue una farsa.


FUENTE:
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Crónica Militar y Política de la Segunda Guerra Mundial

Pál Maléter

Fuente: “Battle for Budapest – 100 Days in World War II” de Krisztián Ungváry (2004)























Pedro Pablo Romero Soriano PS

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