Desde hace años, existen nuevas teorías respecto a la rendición de Japón ante los aliados. Una de ellas, sería la del temor por parte del país del sol naciente, de una invasión del archipiélago japonés por parte de la URSS y la instauración de un régimen de corte comunista.
Para poder desmontar este mito no hay que trazar una línea temporal de lo que fue la campaña soviética en las islas Kuriles y en el sur de la isla Sajalín, si no qué hay que irse directamente al final de la campaña y ver que resultados obtuvo la Unión Soviética de la misma.
Como bien sabrán muchos, la URSS declaró la guerra a Japón el 8 de agosto de 1945 con la invasión en el continente asiático del estado títere japonés de Manchukuo. El Emperador Hirohito transmitiría por radio el 15 de agosto la voluntad del país de rendirse, por lo qué, con la rendición formal aún por producirse, a la URSS le quedaba muy poco tiempo para sacar más réditos de la invasión, así que fijó sus objetivos sobre las islas Kuriles y el sur de la isla Sajalín, pensando que eran objetivos fáciles y asumibles. Pero nada más lejos de la realidad.
El veinte de septiembre de mil novecientos cuarenta y cinco, tan solo habiendo transcurrido dieciocho días desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Iosef Stalin anunció desde el kremlin que oficialmente las islas Kuriles eran un territorio indisoluble de la Unión Soviética. Esta declaración comunicada a los aliados y a las autoridades provisionales del Japón, por aquel entonces sometidas bajo la tutela del general Douglas MacArthur, sin que ninguno pusiera impedimento alguno (tarde que no se conocía la letra pequeña), lo que significaba que todos los dominios insulares entre el norte de la isla de Hokkaidô y la Península de Kamchatka en Siberia, pasaron a depender de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
La anexión de las islas Kuriles fue uno de los muchos premios que la Unión Soviética obtuvo por su entrada tardía en la Guerra del Pacífico. A esto había que añadir un impresionante botín, porque 51.440 militares japoneses fueron hechos prisioneros, entre estos 16 Generales, un Vicealmirante, 1.702 oficiales y 49.721 soldados, muchos de los cuales no tardarían en convertirse en mano de obra para los campos de trabajo y gulags de Siberia. El material capturado también fue cuantioso porque los soviéticos se apoderaron en los arsenales y depósitos de un total de 26 carros de combate, 303 cañones o morteros, 932 ametralladoras y 20.108 fusiles, siendo la mayoría entregados al Ejército Rojo chino en su lucha contra el Kuomintang.
El triunfo de la URSS solo se explica porque desde el Estado Mayor Imperial de Tokio se ordenó la rendición inmediata de todas las guarniciones de las islas Kuriles, básicamente por las presiones recibidas desde Estados Unidos para que se pusiera fin a las hostalidades contra el Ejército Rojo. Precisamente por este motivo las pérdidas humanas japonesas no fueron muy elevadas en comparación con otras campañas de la Guerra del Pacífico, ya que para la intensidad de la lucha solo se contabilizaron 1.018 bajas, 473 muertos y 545 heridos, así como la destrucción material de 51 carros de combate y algunas decenas de piezas de artillería, más el derribo de 8 aviones.
Contrariamente, la Unión Soviética, que al fin y al cabo había obtenido la victoria sobre Japón, en un principio mintió sobre sus pérdidas porque afirmó haber tenido 674 bajas, 239 muertos y 384 heridos. Sin embargo, estos datos no se correspondían con la realidad porque la ferocidad de los combates habían alcanzado límites brutales, sobre todo en la playa de la isla de Shumshu y posteriormente en la Cota 170,7, además de que los japoneses reclamaron haber provocado a los rusos entre 3.000 y 4.500 muertos, un cálculo exagerado, pero que sin duda se aproximaba mucho más a la verdad cuando esta se descubrió después de la caída del estalinismo. La cifra real de pérdidas sufridas por la Unión Soviética fue de 3.472 bajas, 2.421 muertos y 1.051 heridos, además de haber resultado hundidas 6 embarcaciones, entre estas el minador KT-152 y cinco lanchas de desembarco LCI. Aquel escalofriante dato, que nada tenía que ver con las cifras dadas en primera instancia, tuvo su explicación en que el General Alexei R. Gnechko que había liderado la operación a costa de pagar un precio muy alto contra un enemigo que encima había mostrado su predisposición a rendirse, rebajó los números para disfrazar su fracaso y de paso presentar la campaña como una gran victoria ante Stalin.
Infantes de marina soviéticos durante la campaña de las Islas Kuriles posan sonrientes tras los restos de un carro de combate Type 1 Chi-He que acaban de destruir
Afortunadamente, con la disolución del régimen estalinista, algunos archivos del Ejército Rojo y la Flota Roja del Pacífico pudieron salir a la luz para mostrar la verdad que se había ocultado en torno a dicha campaña. Las 3.472 bajas de los soviéticos frente a las 1.018 de los defensores equivalían a tres bajas rusas frente 1,5 de los nipones, mientras que en el caso de los fallecidos la cifra fue todavía peor porque de las 2.421 víctimas mortales de los atacantes respecto a las 473 de sus oponentes, significó que coma por cada 5 soldados soviéticos muertos, sólo perdió la vida un soldado japonés.
La enorme diferencia en bajas de uno y otro bando con resultado tan negativo para la Unión Soviética, evidenció claramente que el Ejército Rojo no estaba capacitado para librar la Guerra del Pacífico fuera del continente. Hasta entonces, los rusos estaban acostumbrados a combatir contra los japoneses en fugaces avances sobre Manchuria, Mongolia interior, el norte de China y Corea, como ya había pasado en Khalkhin-Gol en 1939. También, en el caso de las operaciones anfibias, los soviéticos habían protagonizado grandes gestas en el Frente Oriental, como los espectaculares cruces de los ríos Volga, Dniéper, Vístula y Oder entre 1942 y 1945, donde los tramos a cruzar con embarcaciones de similar tamaño a la de las islas Kuriles podían ser escogidos en cientos de kilómetros, algo que sin duda facilitaba las cosas porque la Wehrmacht no podía defender todo su curso y se le podía arrollar en su punto más débil. Sin embargo, en cuanto el Ejército Rojo alcanzó el teatro de operaciones del Pacífico y coma más en concreto, las diminutas Kuriles, sobre las que como mínimo era necesario mantener una cadena logística marítima de 800 km, las cosas cambiaron drásticamente porque de repente se encontraron con un escenario completamente desconocido en el que no podían aplicar su clásico "arte operacional", ya que la única forma de combatir allí era aprender de la sangrientas lecciones experimentadas en los cuatro años previos por soldados y miembros del US Marine Corps.
Las razones del alto precio pagado por el Ejército Rojo en las islas Kuriles son varias y de diferente índole. La principal, el haber subestimado a los japoneses, a los que creían débiles, primero por su delicada situación después de las sucesivas derrotas frente a los Aliados, y segundo porque numéricamente no podían hacer frente a la URSS, ni en términos humanos ni tampoco materiales. Esta idea preconcebida demostró ser errónea porque en tan solo los tres días que se prolongó la batalla por Shumshu los japoneses demostraron que eran capaces de propinar mortales zarpazos a sus oponentes por mucho que se encontrarán en las últimas.
La breve, pero terrible experiencia vivida por los soviéticos en las islas Kuriles no fue nada extraño porque algo similar les había ocurrido en los bosques y pantanos de Carelia durante la Guerra de Invierno contra Finlandia y durante la Guerra de Continuación, donde marcando las diferencias con el Pacífico Norte, los rusos también sufrieron una brutal carnicería contra un enemigo agazapado en un espacio reducido y concienzudamente fortificado, al que no solo infravaloraron, sino que encima operaba sobre su propia patria y en un terreno que conocía a la perfección, experiencia que se repetiría en las K, pero con el añadido de que había que desembarcar a un gran contingente humano y material sobre islotes ubicados en medio de la inmensidad oceánica, lo que dificultaba enormemente la campaña y echó por tierra los planes de una invasión relámpago. De hecho, y pese a que muchas de las unidades soviéticas fueron adiestradas en todo tipo de operaciones anfibias por militares estadounidenses durante el "Proyecto Hula" en Alaska, a la hora de poner en práctica lo aprendido, los medios empleados por los rusos no eran los mismos que los de los estadounidenses, como tampoco la costumbre de operar en aquel escenario tan complicado y, por tanto, su manera de desenvolverse ante los imprevistos que pudieran surgir a la hora de tomar una playa o establecer una cabeza de puente.
Otro de los motivos que explicaron la sangría Soviética, fueron las escasas fuerzas navales reunidas para la ocasión, algo que por desgracia era inevitable porque apenas la Flota Roja del Pacífico disponía de buques, lo que obligaba a desembarcar pequeños contingentes de forma escalonada, facilitando en primer lugar la reacción de los defensores para atrincherarse y retrasando en segundo lugar la llegada de nuevas oleadas o vituallas a la costa, sin obviar con que el escaso terreno ganado en las horas iniciales propició un caótico atasco en la orilla debido a la gran cantidad de material descargado, la mayoría improvisadamente y sin seguir un orden. Precisamente, en este último aspecto, las piezas de artillería pesada, tan necesarias para neutralizar los búnkeres nipones sobre las crestas de la isla de Shumshu, tardaron 24 horas en ser trasladadas hasta la primera línea del frente y en comenzar a batir las posiciones fijas japonesas. A estos inconvenientes hubo que sumar el problema de la radios, pues encontraste con lo aprendido de sus socios estadounidenses en el "Proyecto Hula", quienes siempre solían recubrir sus equipos con mochilas impermeables para evitar averías y acababan sumergidas, los rusos hicieron caso omiso de esta lección y se encontraron en la tesitura de que casi todas sus radios se estropearon tras haberse mojado con el agua, por lo que permanecieron varias horas sumidos en la confusión e incomunicados con la base Naval de Petropavlovsk.
El teniente general Tsutsumi Fusaki llegando al territorio controlado en las Islas Kuriles por los rusos para negociar la rendición
Independientemente del éxito de la URSS, lo cierto fue que en caso de haberse alargado un tiempo más la guerra, el Ejército Rojo se tendría que haber enfrentado a un serio problema con las islas Kuriles, ya que aunque el resultado hubiera sido el mismo porque finalmente los soviéticos se hubieran acabado apropiando del archipiélago, el elevado precio en vidas, el tiempo empleado y los recursos necesarios desviados desde otros lugares habrían convertido a esta campaña en un infierno. De hecho, y si una pequeña porción de Shumshu ya costó más de 2.400 muertos a los soviéticos, ocupar el resto de la isla sin posibilidad de negociación se hubiera vuelto una tarea muy complicada por la que se tendría que haber pagado un peaje muy elevado en hombres. Incluso una vez con Shumshu en manos rusas, tocaría invadir a continuación la vecina Paramushiro, mucho mejor fortificada y con más defensores, así como los demás dominios insulares con todas sus guarniciones en Etorofu, Kunashir, Matua, Onekotan, Uruppu, Shikotan, Jabomai, etc. Evidentemente, con los efectivos originales destinados a apoderarse del archipiélago, la empresa habría sido a todas luces imposible debido a que la desproporcionada acumulación de bajas hubiese terminado provocando el colapso, por lo que el kremlin tendría que haber traído más divisiones del II Frente del Lejano Oriente, comprando más buques a Estados Unidos e invirtido muchos más soldados entrenados y material, además de haberse alargado la lucha por lo menos hasta finales de 1945 o más allá de 1946. Afortunadamente para los soviéticos, nada de eso ocurrió porque la capitulación se Japón se metalizalizó enseguida gracias a las presiones de los países occidentales, evitándose de esta forma una innecesaria sangría para la URSS en su ambición por ejercer su control sobre las Kuriles.
Fin de la 1.ª parte.
Para poner en contexto la situación hay que decir, que tras la guerra Ruso-Japonesa de 1904 a 1905, en el que resultó ganador el Imperio Japonés, se firmó el tratado de Portsmouth por el que el por entonces Imperio Ruso se veía obligado a entregar la mitad sur de la isla de Sajalín por debajo del paralelo 50.°, quedando el territorio insular dividido en dos mitades, otorgando Japón el nombre de Karafuto, a La Nueva provincia de Sajalín del Sur.
No es extraño entonces, que Stalin quisiera recuperar la total soberanía de esta gran isla de 76.400 km², cosa que hizo cuando lanzó un ataque contra la parte sur de la isla el 11 de agosto de 1945, y que finalizaría el 26 del mismo mes, con la ocupación por parte del Ejército Rojo de la totalidad de la isla.
El 26 de agosto de 1945 oficialmente se dio por concluida la campaña por Sajalín sur con la ocupación total del territorio insular por parte del Ejército Rojo. Al cabo de una semana de haber terminado la lucha y haberse rendido más de 18.000 soldados japoneses (aunque algunos afortunados en la confusión pudieron subir a embarcaciones y huir a la isla de Hokkaidô), el 2 de septiembre finalizó la Segunda Guerra Mundial con el triunfo de los aliados y por ende de la Unión Soviética sobre el Imperio de Japón.
Carro de combate T-34 soviético cruzando el Río Kottonhai-Gava sobre la Isla de Sajalín en 1945
Hasta la fecha, la invasión de Sajalín sur dejó un saldo para la Unión Soviética de 2.089 bajas, 1.144 muertos, entre estos 1.102 soldados y ciento cuarenta y dos miembros del personal de marinería, además de registrarse 845 heridos de diversa consideración. En lo referente a las pérdidas materiales, fueron escasas, ya que solo resultaron destruidos unos pocos carros de combate, piezas de artillería o aviones, aunque en el mar las pérdidas fueron más graves, concretamente el submarino L-29 y la patrullera MO-35.
El Imperio Japonés sufrió unas 5.700 bajas de sus soldados, aproximadamente 2.000 muertos y unos 3.700 heridos, sin contar los 18.320 prisioneros que se rindieron apenas sin combatir al Ejército Rojo. Obstante, la peor parte se la llevaron los civiles porque 3.700 perdieron la vida, de los cuales 2.400 perecieron ahogados en el mar de Ojotsk durante la evacuación a bordo de los tres cargueros Ogasawa Maru, Taito Maru y Tetsugo Maru, 1.000 en La matanza sobre el puerto de Maoka y los 300 restantes por diferentes circunstancias como bombardeos, fuego cruzado, suicidios, crímenes de los rusos, etcétera.
La victoria de la Unión Soviética sobre Japón a la hora de ocuparse Sajalín fue clara y contundente. A diferencia de la campaña de las islas Kuriles, en esta ocasión los japoneses cosecharon algunas bajas más, contando muertos y heridos, aunque a los soviéticos el triunfo tampoco les salió gratis porque perdieron muchos hombres. La idea de combinar los desembarcos con la ofensiva terrestre desde el Paralelo 50.° fue un acierto debido a que para el enemigo fue imposible concentrarse en un solo punto y al final se vio desbordado por todos los sectores atacados, especialmente tras la cabeza de playa establecidas durante las operaciones anfibias sobre Toro, Esutoru y Maoka. Algo más difícil fue superar la "línea Haramitog" por culpa de que un buen puñado de fortificaciones no habían sido descubiertas con anterioridad por los servicios de reconocimiento rusos y por la inteligencia, sin obviar la complicada orografía de montaña, los tupidos bosques, los pantanos y los incontables ríos, algo que finalmente no impedió que la línea fuera rebasada gracias a una buena coordinación de pelotones de exploración en vanguardia, equipos ingenieros para despejar los obstáculos y sobre todo a la capacidad de trasladar la artillería con rapidez sobre las zonas asaltadas.
Independientemente del acierto del Ejército Rojo con la estrategia a seguir respecto a Sajalín Sur, la caída de esta provincia japonesa se debió principalmente a que el Emperador Hiro-Hito había ordenado a todas las guarniciones desperdigadas sobre el basto Imperio Japonés capitular ante cualquiera de las naciones que componían el bando Aliado. De no haber sido así, con seguridad, la resistencia se hubiera prolongado mucho más tiempo, ya que incluso en el hipotético caso de no haberse rendido Japón, los soviéticos erraron a la hora de calcular que dominarían la isla para el 22 de agosto, cuando en realidad lo hicieron el 26 con cuatro días de retraso (y eso con casi toda la 88.ª División de Infantería japonesa intacta que se entregó siguiendo las directrices del Emperador). En septiembre de 1945, el Ejército Rojo estableció en Sajalín sur un gobierno militar dirigido por el coronel Dimitri Kruikov. A pesar de que miles de soldados japoneses fueron deportados a los campos de prisioneros en Siberia y el antiguo gobernador local Ôtsu Toshio fue puesto bajo arresto domiciliario por parte del NKVD, lo cierto fue que los rusos se comportaron correctamente con la población civil a la que permitieron alojarse provisionalmente en sus propiedades e incluso atendieron medicamentos a los 60.000 refugiados diseminados por todo el territorio.
Al año siguiente, en 1946, se acordó que Sajalín Sur se reunificaría con Sajalín Norte, quedando ambas dentro de la Unión Soviética y más en concreto del núcleo administrativo del "Oblast de Sakhalin". Y aquí sí que no hubo piedad para los civiles japoneses. A partir de mil novecientos cuarenta y siete, los más de 300.000 japoneses comenzaron a ser expulsados de aquella tierra y repatriados a Japón.
Soldado japonés en la frontera entre el Sajalín Japonés y el Sajalín soviético
En definitiva, se puede concluir que pese a que el Ejército Rojo se desenvolvió muy bien contra las fuerzas japonesas en terreno continental (Manchuria, Mongolia y Corea), no ocurriría lo mismo en las islas Kuriles y en Sajalín. Las primeras ni tan siquiera la llegaron a conquistar, si no que la rindieron los japoneses presionados por los aliados occidentales, y Sajalín del Sur no salió gratis, y evidenció no solo la falta de medios para llevar a cabo grandes operaciones anfibias, sino que también sacó a relucir la falta de entrenamiento de los soldados soviéticos, (incluida la Infantería de Marina) en estas operaciones. Y eso que no contaron con una entusiasta oposición por parte de los soldados japoneses, en gran parte porque sus oficiales estaban confundidos por las noticias que les hacía llegar el gobierno japonés y más en concreto el Emperador Hiro-Hito.
Así se hace difícil de imaginar que un desembarco masivo en el archipiélago japonés hubiera sido posible, al menos con un éxito aceptable, por parte de las fuerzas del Ejército Rojo. En este sentido hay que pensar, que los planificadores estadounidenses, han calculado que para la invasión de Japón (Operación Downfall), tendrían entre 400.000 y 800.000 bajas, y que los japoneses sufrirían entre 5 y 10 millones, y estamos hablando de un país con una amplia capacidad en recursos, y como una gran experiencia en todo tipo de operaciones anfibias.
A eso habría que sumar que en Japón, al revés de lo que ocurría en algunos países de Europa o en China, no había un movimiento social y político comunista, por lo que arraigar dichas ideas en la población japonesa iba a ser imposible, por no hablar que esto imposibilitaba cualquier disidencia y apoyo de carácter interno al Ejército Rojo.
Resumiendo, ¿Porqué se rindió Japón? Desde luego no fue por miedo a una invasión por parte de la URSS, y mucho menos a la instauración de un régimen de corte comunista.
FUENTES:
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Así fue la Segunda Guerra Mundial™
Alfonso Anllo Luque
FUENTE. "Stalin invade Japón. Campañas de las islas Kuriles y Sajalín Sur, 1945". HRM ediciones, 2022.
Pedro Pablo Romero Soriano PS