Conferencia en Quebec

0

 



Churchill y Roosevelt se reunieron en Quebec en septiembre de 1944, y aunque a esta conferencia canadiense no se le atribuye, en nuestros días, la misma importancia simbólica que a la de Teherán, la de Yalta o la de Terranova, de la que surgió la Carta del Atlántico, constituye un momento por demás significativo en la relación que mantuvieron los dos dirigentes. Entre otras cosas, desmiente la leyenda de que entre ambos existía una cordial amistad; leyenda que, avivada por la halagüeña propaganda, sigue dominando la imagen que se tiene de ellos en el presente.
La trascendencia de aquel encuentro radica, en un principio, en algo que no llegó a discutirse con pormenor. Pese a que los insurgentes varsovianos seguían combatiendo y pidiendo a gritos ayuda con más intensidad, el destino de Polonia y las intenciones que abrigaba Stalin respecto del futuro de la nación no se encontraban entre los puntos más relevantes de las conversaciones. Roosevelt, como de costumbre, había optado por abordar tan desagradable realidad política haciendo caso omiso de ella.
La lucha que mantenía el Armia Krajowa en el interior de Varsovia, como la muerte de los polacos en el bosque de Katyń, no pasaba de ser un borrón, inoportuno y, sin duda, lamentable, echado en el vasto lienzo del conflicto; y él era un hombre de altas miras, poco dispuesto a detenerse en insignificancias.

Y de lo que se habló, precisamente, en Quebec fue de asuntos mucho más abarcadores, entre los que cabe destacar el futuro de la Alemania de posguerra. Esta cuestión de vital importancia había generado no pocos enfrentamientos en Teherán, tal como puso de relieve la cena de infausta memoria en la que Stalin había pedido que se ejecutase al menos a cincuenta mil germanos no bien acabara la guerra. Y en Canadá, la suerte que habría de correr dicha nación también levantó ampollas. Durante la cena del 13 de septiembre, momento que, por lo emocionante, nada tuvo que envidiar a la disputa de Teherán, Roosevelt pidió a su secretario de Hacienda, Henry Morgenthau, que expusiera a Churchill, en resumidas cuentas, las intenciones de los estadounidenses. Aquélla fue, de entrada, una solicitud extraña, por cuanto de dicho asunto debía ocuparse, más que dicho ministerio, el Departamento de Estado.
Morgenthau planteó entonces una de las propuestas más radicales y destructivas que jamás haya formulado un estado democrático en el siglo XX. En virtud de ella, Alemania iba a quedar dividida en dos países, y por si aquello no bastase, su capacidad industrial quedaría destruida por completo. Avanzado el siglo, cierto general estadounidense amenazó con bombear a los vietnamitas “hasta hacerlos regresar a la Edad de Piedra”, y lo cierto es que, cuando menos en lo económico, los planes que había hecho Morgenthau para Alemania pueden considerarse análogos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Churchill, quien no solía ocultar sus emociones, se mostró indignado. Asimismo, le hizo saber que consideraba su propuesta “antinatural, anticristiana e innecesaria”. Y conforme a su médico, el doctor lord Moran, que fue testigo de su protesta, los términos en que se expresó Churchill fueron inequívocos. “Estoy totalmente a favor de desarmar a Alemania; pero no deberíamos impedir que viviese con decencia. Existen lazos que unen a las clases obreras de todos los países, y el pueblo inglés no va a admitir jamás el plan que está usted defendiendo.”



FUENTE:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=994801892670986&set=pb.100064235526662.-2207520000

Historia de la Segunda Guerra Mundial

Fuente: “A Puerta Cerrada – Historia Oculta de la Segunda Guerra Mundial” de Laurence Rees (2009) 




















Pedro Pablo Romero Soriano PS

Entradas que pueden interesarte

Sin comentarios