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El sargento Howard Snyder a la izquierda y el cabo Harold Keller a la derecha, fotografiados en el monte Suribachi, el 23 de febrero de 1945. Se descubriría años más tarde que el cabo Keller estaba en la famosa fotografía del segundo izamiento de la bandera en el Suribachi. Fue identificado en la foto gracias a la labor del historiador aficionado de Iowa, Brent Westemeyer, de Johnston. Por su parte, el sargento Howard Snyder murió más tarde en los combates que se estaban produciendo en la isla


Los estadounidenses eran completamente conscientes de la resistencia y el compromiso al sacrificio supremo del estado japonés. En Tarawa, de una guarnición de unos 4.700 hombres sólo 17 se dejaron capturar vivos, y en Peleliu, sólo sobrevivieron 406 de un total de 11.000, y muchos de estos prisioneros eran trabajadores coreanos que no compartían el entusiasmo por la muerte de los japoneses. La junta de Jefes de Estado Mayor contemplaba la inminente invasión del territorio metropolitano japonés con consternación. 
La perspectiva de una prolongada campaña de desgaste contra los japoneses civiles y militares por igual, en la que cada ciudad, aldea y campo sería defendido hasta la muerte, era desoladora. Los planificadores de los Marines ya habían calculado cifras de bajas de entre 60 y el 70 por ciento para las tropas de las primeras oleadas de asalto, y un conocido general había sugerido en privado que estos hombres deberían escribir cartas de despedida a sus familias y depositarlas en las estafetas para su envío posterior. El general de la Fuerza Aérea Curtis Le May había viajado a Washington para defender su idea de incrementar el bombardeo de área sobre ciudades japonesas. Estaba firmemente convencido de que unos pocos meses más de incursiones incendiarias llevarían al gobierno a plegarse a las peticiones de la población para acabar con la guerra. No obstante, los planes para la invasión continuaron poniéndose a punto, mientras en las más altas esferas del gobierno el Proyecto Manhattan la producción y prueba de un arma atómica era acelerado a un ritmo frenético.  
Cuando la campaña de bombardeo norteamericana ganó en intensidad una pequeña isla más o menos a medio camino entre las Marianas y el territorio japonés adquirió una tremenda importancia. Iwo Jima "la Isla del Azufre" era la única isla en la ruta de los bombardeos B-29 hacia Japón capaz de albergar aeródromos. Para los norteamericanos era una espina en el costado de la 20.a Fuerza Aérea: los cazas japoneses podían atacar a las superfortalezas volantes en sus vuelos de ida y vuelta a Japón, y la estación de radar de la isla daba al territorio metropolitano dos horas de pre aviso sobre una incursión en camino. En manos estadounidenses, esas amenazas serían eliminadas, y la Fuerza Aérea obtendría la ventaja adicional de vuelta de sus largas misiones y una base la que los cazas de largo alcance P-51 Mustang pudieran escoltar a los bombarderos hasta el corazón del Japón.
Notas sacadas del libro:  "La Batalla de Iwo Jima" de Derrick Wright.



FUENTES:
(FGF Colourised) 
Créditos de la Fotografía:  (Foto oficial del Ejército de EE.UU., cortesía del soldado de primera clase George Burns, Colección George Burns, Centro de Patrimonio y Educación del Ejército de EE.UU.) Camp Dodge/Especial para The Register. (FGF 

 















Pedro Pablo Romero Soriano PS 

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