Quedaba tal vez solo en Stalingrado, el calor de la fe compartida y la voluntad de pasar aquellas horas rememorando las épocas felices. Las cartas que sobrevivieron al infernal cerco y que llegaron a sus destinos fueron atesoradas por los familiares ansiosos por saber de sus amados. Este fue el caso de la única carta que llegó a manos de la familia del gefreiter Gottold Bach, dónde relata su convencimiento de que no hacía falta nada para celebrarlo todo.
"¡Cristo el Salvador está aquí! ¡Mi querida Greta! Hoy, en Nochebuena, bajo la tenue luz de una linterna en nuestro estrecho búnker de tierra, quiero darte de nuevo una señal de vida. En casa la cálida Navidad y nosotros en la estepa desolada, sin ningún esplendor navideño exterior, sólo pequeñas donaciones de la compañía, por lo demás ningún paquete, ninguna luz o espíritu navideño. La existencia más miserable en esta guerra. Sin embargo, Cristo ha nacido, alégrate oh cristiandad. Nuestra oración es que volvamos a casa felices. El señor en mi confianza y fortaleza en toda necesidad y peligro. Que Dios disponga hasta nuestro feliz reencuentro. Te saluda cariñosamente tu amado Gotthold. Saludos cordiales a todos mis seres queridos."
Para otras posiciones, sin distinción de clase y lugar, celebrar aquella noche era tal vez una necesidad de vida. A esa celebración se enfrentaban obstáculos, esfuerzos de un plan psicológico para quebrar las débiles voluntades que se aferraban a la providencia para llegar a aquella noche. El testimonio del ametrallador Josef Rosner del 134° Regimiento de Granaderos es un claro ejemplo de que las celebraciones se harían de la manera que sea, a pesar de quién intentase impedirla.
"El día anterior a Nochebuena, a imitación de un árbol, atamos un par de tiras de papel de colores y unas ramas de hierba de la estepa al fusil del caído Bartl y lo colocamos en la entrada de nuestro búnker. Al día siguiente, por lo que se veía y se oía, nadie disparó. De repente nuestro mayor Pohl apareció por la trinchera y gritó con lágrimas en sus ojos: "¡todavía están vivos para ver la Nochebuena!". Nosotros en cambio, pensábamos en nuestras parejas, padres y madres, que lejos, en la Patria...
Los rusos instalaron altavoces y oímos villancicos alemanes. Luego llegó la invitación: "¡Austriacos! ¡Pasen al Ejército Rojo! ¡Hitler ha perdido la guerra! ¡Cada minuto muere un soldado alemán en la Bolsa!". Llegó el mensajero y dijo: "Todo es propaganda. En unos días seremos liberados". No se hizo realidad."
En medio de algunas bombas perdidas y el tableteo de las ametralladoras que buscaban callar los altavoces, todavía estaban algunos médicos con sus tareas. Para muchos de ello no había momento que pudiera ser reemplazado por un poco de coñac o el pensar en casa. La vida de un hombre o el resto de ella dependía del cirujano que curaba sus heridas como recuerda el soldado Eitel Heinz Fenske, nacido en Neuendorf. Había sido herido por una salva de Artillería que impactó en medio de su grupo cuando se trasladaban a una posición nueva el 12 de diciembre.
"En Navidad de 1942 los rusos respetaron una especie de alto el fuego. Los médicos pusieron bolas de algodón en los cardos y los llamaron árboles de Navidad. Recibimos una botella de champán y media tableta de chocolate belga y el discurso de Hitler. "¡Dejen de trabajar y descansen! se escuchó por los altavoces en todos los rincones de la sala llena de camastros de paja. Nuestro capellán de división, Czygan, escribió por mí una carta a mi hermana y a mis padres que llegó en marzo."
FUENTES:
Notas sacadas del libro: "Navidades en la Estepa", Memorias, cartas y relatos de la Wehrmacht en el Frente Oriental de Juan Martín Alice & Padre Gerardo Rodrígues.
Fotografia: Un soldado alemán escribe una carta a casa a la luz de una vela en un búnker en la navidad de 1942, Stalingrado. (FGF Colourised)
Pedro Pablo Romero Soriano PS
