El final del acorazado Musashi

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Por un margen muy considerable, los acorazados japoneses Musashi y Yamato fueron los mayores buques de este tipo jamás construidos. Su desplazamiento de 69.000 t, eclipsaba las 52.000 t del acorazado USS Iowa. Sus nueve cañones de 460 mm eran los mayores de la época moderna, comparados con los 406 mm estadounidenses. Su alcázar acorazado incluía una faja lateral de 410 mm y una protección en la cubierta principal de 200 a 380 mm. Más lento que sus pares estadounidenses, habría demostrado ser, sin embargo, muy difícil de derrotar en un duelo artillero. Como si fuera una señal de que la era de los grandes cañones había finalizado, ambos fueron hundidos, no por fuego de artillería, sino por abrumadores ataques aéreos, en los que el arma principal fue el torpedo.

El 24 de octubre, estos dos mastodontes formaban el corazón del "Grupo Central" del vicealmirante Kurita, qué navegaba con rumbo al golfo de Leyte (en esos momentos hacía apenas cuatro días que había dado inicio las operaciones estadounidenses por la conquista de las Islas Filipinas). Ya castigada, esta fuerza tenía que cruzar de Sibuyán. Esto la puso dentro del alcance de dos grupos de portaaviones de la Tercera Flota, el TG 38.2 (Task Group) del vicealmirante Bogen y el TG 38.4 del vicealmirante Davison. Durante el día se hicieron 259 salidas de aviones contra la fuerza de Kurita, que tenía muy poca, por no decir ninguna, protección aérea. Los dos grandes acorazados atrajeron el grueso del ataque y coma dañado y navegando con dificultad, el IJN Musashi abandonó la formación. Alcanzado presuntamente por 19 torpedos y 17 bombas, además de otras 17 que fallaron por poco pero que causaron daños, se ordenó varar el buque para salvarlo. El crucero pesado Tone, al que se había ordenado permanecer en las inmediaciones, no pudo remolcar al gran navío y se retiró, dejando sólo a dos destructores para ayudar. A bordo del Musashi falló el sistema eléctrico y las inundaciones, incontrolables debido al fallo de las bombas de achique, se extendieron por todos los compartimentos. Además, sin electricidad, los grandes cañones permanecían paralizados en la posición en la que abrieron fuego por última vez, irónicamente, mientras lanzaban una barrera de fuego para detener a los torpederos. Los montajes secundarios de 155 mm y 127 mm apuntaban de igual manera, ciegos e impotentes. Sólo los cañones de menor calibre, manejados manualmente, permanecían operativos.

Los efectos de las bombas, (que no de los torpedos), aunque en su mayoría superficiales, desencadenaron un amplio incendio debajo de la cubierta. Sin los sistemas eléctricos no se pudo combatir dichos fuegos y por las aperturas salía una columna de humo cada vez mayor.


Hundiéndose de proa y con una escoba de babor cada vez mayor, el buque se volvió peligrosamente inestable y coma muy lejos del santuario de aguas menos profundas, le quedaba muy poco tiempo. Reconociendo lo inevitable, el capitán del Musashi, en nombre del fallecido vicealmirante Inoguchi, ordenó abandonar el navío. La tripulación se reunió en la popa para saludar durante el arriamiento de la bandera y se llevó a cubierta el retrato del emperador para salvarlo. Mientras el destructor Kiyoshimo daba círculos vigilando un posible ataque submarino, a baja velocidad para evitar que el ruido del mar engañará a su sonar, otro destructor, el Hamazake, se puso al lado del acorazado para las labores de rescate.


Liberados del servicio, los 2.500 tripulantes del acorazado avanzaron, con urgencia pero sin pánico, hacia dónde el Hamazake tenía su proa. Mientras el sol se hundía en el horizonte, el crisantemo dorado de la proa del Musashi se hundió en el mar.



FUENTES:

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Vientos de Guerra: Segunda Guerra Mundial



















Pedro Pablo Romero Soriano PS

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