Display de armamento usada por las fuerzas aerotransportadas de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial
Durante el salto de los paracaidistas, el “choque de apertura”, como se le llamaba, era temido por todos. La fuerza que ejercía sobre el cuerpo humano era de hasta 5G y podían producirse lesiones si el correaje no estaba bien ajustado. Cuando la seda del paracaídas había salido del saco, el cordel de cinta extractora se rompía, dejando a la campana y al paracaidista caer a tierra juntos. Este proceso duraba tres segundos y el descenso de 213 metros, unos cuarenta segundos. El soldado Donald Burgett de la Compañía “A”, 1° Batallón, 506° Regimiento de Infantería Paracaidista, 101ª División Aerotransportada relata su experiencia de salto en Normandía: “doblado en dos y agarrando mi paracaídas de emergencia, pude sentir el azote del aire y oír el crujido de la campana que empezaba a desplegarse; el estallido que siguió era de los cables; después, detrás del casco, un silbido, el de las argollas. Instintivamente, los músculos de mi cuerpo se contrajeron para soportar el choque de apertura. Casi me descompuse cuando se abrió la campana con una especie de explosión. Al mirar la campana, vía las balas trazadoras que la atravesaban. En el mismo instante, choqué con el suelo de espaldas con un golpe tan fuerte que quedé aturdido por un momento…el cielo estaba bastante iluminado. Era impresionante, pero no podía evitar preguntarme si había sentido primero el choque de apertura o el choque contra el suelo; las dos impresiones fueron simultáneas”.
Lo más temido para todo paracaidista era cuando el paracaídas funcionaba mal o simplemente no se abría. Un funcionamiento defectuoso era raro con el sistema de paracaídas automático y todavía más raramente mortal en el caso de los americanos, debido a su paracaídas de emergencia, que no figuraba en el equipo británico. No se tiene información de ningún mal funcionamiento, de consecuencias fatales, el 6 de junio, en las 82ª y 101ª divisiones aerotransportadas, sin embargo, las desgracias sucedieron por otros factores. En Saint-Martin-de Varreville, Donald Burgett vio un DC-3 atravesar en diagonal a baja altura el campo donde trataba de desabrochar su atalaje y lanzar un grupo de vagas siluetas sombrías. Los paracaídas de estos hombres recién empezaban a abrirse cuando llegaron al suelo; 17 hombres se estrellaron así fatalmente.
Otros grupos fueron a la muerte porque sus pilotos les dieron luz verde cuando el avión ya había sobrepasado la costa este de Cotentin, aunque al menos uno de estos aviones lanzó a sus hombres lo bastante cerca de una playa como para que la mayoría de hombres pudiera llegar a la orilla. Muchos, que fueron lanzados en Cotentin, se ahogaron igualmente, ya que las inundaciones del Douve y el Merderet, que no se habían detectado en las fotografías y no eran visibles desde arriba, tenían entre 60 y 90 cm de profundidad entre las cañas y el heno maduro de las vegas de los ríos. El paracaidista que reglamentariamente rodaba sobre sí mismo al tocar tierra, acababa bajo el agua; si no era capaz de liberarse aprisa de su atalaje, terminaba por tragar agua y moría allí mismo.
A lo largo de los valles de los dos pequeños ríos, otros paracaidistas libraban su pequeña batalla personal con ese enemigo inesperado. El cabo Francis Chapman de la Batería “C” del 377° Regimiento de Infantería: “Caí en el agua con metro y medio de profundidad; conseguí ponerme en pie después de nadar un poco. Me incliné, retiré de dentro de la bota el cuchillo de salto y corté el correaje y; al hacerlo, corté por completo la cazadora de salto. Conseguí llegar chapoteando a aguas menos profundas”. Hugh Pritchard, un operador de radio que llevaba su aparato en una mochila, cayó en el agua con 68 kilos de equipo y material firmemente asegurado en torno a su cuerpo. Como consecuencia del choque de apertura, el dolía la espalda. Mientras luchaba para desembarazarse y salir a la superficie, perdió el cuchillo. Cuando estaba a punto de ahogarse, fue salvado en último extremo por su propio paracaídas que, al hundirse, dejó de arrastrarle por el fondo.
Otros habían caído en los árboles, en los setos, sobre las estacas plantadas en las llanuras contra los planeadores y que los defensores llamaban “los espárragos de Rommel”. Un soldado (John Steele), al que la película “El día más largo” hizo célebre, quedó suspendido en lo alto del campanario de la iglesia de Sainte-Mére-Eglise. Pero cualquiera que fuera el lugar dónde habían aterrizado, los que no cayeron al agua podían felicitarse, aunque muchos de ellos quedaron heridos al chocar contra el suelo. En un grupo de 100 hombres reunidos por el oficial de Plana Mayor S-3 del 501° Regimiento, la cuarta parte sufrían esguinces, luxaciones o fracturas. Algunos de ellos estaban demasiado graves para poder moverse. Robert Wagner, irónicamente enfermero del grupo del general Maxwell Taylor, queriendo escapar a los haces de trazadoras mientras descendía, cerró sin darse cuenta su campana y chocó violentamente contra el suelo sufriendo rotura de pelvis, fisura de cadera, fractura en los dos brazos y dislocación de un hombro.
Lo más temido para todo paracaidista era cuando el paracaídas funcionaba mal o simplemente no se abría. Un funcionamiento defectuoso era raro con el sistema de paracaídas automático y todavía más raramente mortal en el caso de los americanos, debido a su paracaídas de emergencia, que no figuraba en el equipo británico. No se tiene información de ningún mal funcionamiento, de consecuencias fatales, el 6 de junio, en las 82ª y 101ª divisiones aerotransportadas, sin embargo, las desgracias sucedieron por otros factores. En Saint-Martin-de Varreville, Donald Burgett vio un DC-3 atravesar en diagonal a baja altura el campo donde trataba de desabrochar su atalaje y lanzar un grupo de vagas siluetas sombrías. Los paracaídas de estos hombres recién empezaban a abrirse cuando llegaron al suelo; 17 hombres se estrellaron así fatalmente.
Otros grupos fueron a la muerte porque sus pilotos les dieron luz verde cuando el avión ya había sobrepasado la costa este de Cotentin, aunque al menos uno de estos aviones lanzó a sus hombres lo bastante cerca de una playa como para que la mayoría de hombres pudiera llegar a la orilla. Muchos, que fueron lanzados en Cotentin, se ahogaron igualmente, ya que las inundaciones del Douve y el Merderet, que no se habían detectado en las fotografías y no eran visibles desde arriba, tenían entre 60 y 90 cm de profundidad entre las cañas y el heno maduro de las vegas de los ríos. El paracaidista que reglamentariamente rodaba sobre sí mismo al tocar tierra, acababa bajo el agua; si no era capaz de liberarse aprisa de su atalaje, terminaba por tragar agua y moría allí mismo.
A lo largo de los valles de los dos pequeños ríos, otros paracaidistas libraban su pequeña batalla personal con ese enemigo inesperado. El cabo Francis Chapman de la Batería “C” del 377° Regimiento de Infantería: “Caí en el agua con metro y medio de profundidad; conseguí ponerme en pie después de nadar un poco. Me incliné, retiré de dentro de la bota el cuchillo de salto y corté el correaje y; al hacerlo, corté por completo la cazadora de salto. Conseguí llegar chapoteando a aguas menos profundas”. Hugh Pritchard, un operador de radio que llevaba su aparato en una mochila, cayó en el agua con 68 kilos de equipo y material firmemente asegurado en torno a su cuerpo. Como consecuencia del choque de apertura, el dolía la espalda. Mientras luchaba para desembarazarse y salir a la superficie, perdió el cuchillo. Cuando estaba a punto de ahogarse, fue salvado en último extremo por su propio paracaídas que, al hundirse, dejó de arrastrarle por el fondo.
Otros habían caído en los árboles, en los setos, sobre las estacas plantadas en las llanuras contra los planeadores y que los defensores llamaban “los espárragos de Rommel”. Un soldado (John Steele), al que la película “El día más largo” hizo célebre, quedó suspendido en lo alto del campanario de la iglesia de Sainte-Mére-Eglise. Pero cualquiera que fuera el lugar dónde habían aterrizado, los que no cayeron al agua podían felicitarse, aunque muchos de ellos quedaron heridos al chocar contra el suelo. En un grupo de 100 hombres reunidos por el oficial de Plana Mayor S-3 del 501° Regimiento, la cuarta parte sufrían esguinces, luxaciones o fracturas. Algunos de ellos estaban demasiado graves para poder moverse. Robert Wagner, irónicamente enfermero del grupo del general Maxwell Taylor, queriendo escapar a los haces de trazadoras mientras descendía, cerró sin darse cuenta su campana y chocó violentamente contra el suelo sufriendo rotura de pelvis, fisura de cadera, fractura en los dos brazos y dislocación de un hombro.
Soldado John M. Steele
Soldado John M. Steele
El soldado John M. Steele fue el paracaidista norteamericano hecho famoso en la película "El día más largo", por haber aterrizado sobre el campanario de la iglesia de Sainte-Mère-Église, el primer pueblo de Normandía en ser liberado por los paracaidistas Americanos el Día D.
La noche antes del Día D (6 de junio de 1944), sucesivas oleadas de soldados norteamericanos de la 82.ª División Aerotransportada fueron lanzados al oeste de Sainte-Mère-Église.
Los paracaidistas fueron objetivos fáciles y Steele fue uno de los pocos que sobrevivieron. Su paracaídas quedó atrapado en uno de los pináculos de la torre de la iglesia quedando suspendido sobre la parte trasera de ella desde donde observó como asesinaban a sus compañeros. El paracaidista herido y sin fuerzas luego de haber intentado zafarse durante la matanza, colgó de la torre durante dos horas pretendiendo estar muerto hasta que los soldados alemanes lo tomaron prisionero. Más tarde Steele pudo escapar y se reincorporó a su división cuando las tropas estadounidenses del 3.er batallón del 505.º Regimiento de Infantería Paracaidista atacaron el pueblo capturando a treinta alemanes y matando otros once. Por estas acciones y sus heridas, Steele fue condecorado con la Estrella de Bronce por su valor y el Corazón Púrpura por haber sido herido en combate.
Aunque herido, el soldado Steele sobrevivió a la terrible experiencia y continuó visitando la ciudad de Sainte-Mère-Église a lo largo de su vida, convirtiéndose en ciudadano de honor. La taberna Auberge John Steele, que se encuentra adyacente a la plaza, mantiene su memoria a través de fotos, cartas y artículos que cuelgan de sus muros. Steele murió de cáncer de laringe el 16 de mayo de 1969 en Fayetteville, NC a solo tres semanas del 25º aniversario de la invasión del Día D.
Hoy en día estos eventos se conmemoran en el Museo de las Fuerzas Aerotransportadas en el día 6 de junio en el centro de Sainte-Mère-Église y en la iglesia donde un paracaídas y una efigie del soldado Steele, en su uniforme de paracaidista, cuelga del campanario.
FUENTES:
https://www.facebook.com/photo?fbid=457230513094796&set=a.418790153605499
Fuente: “Seis Ejércitos en Normandía” de John Keegan – Editorial Ariel (2008)
https://www.facebook.com/704040316403280/posts/el-soldado-john-m-steele-fue-el-paracaidista-norteamericano-hecho-famoso-en-la-p/1487768268030477/
Pedro Pablo Romero Soriano PS