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El 7 de junio de 1944, cerca de Isigny-sur-Mer, Normandía, un escuadrón de reconocimiento de la 29.ª División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos de Norteamérica fue destrozado por una repentina descarga de morteros alemanes. Sin previo aviso, solo una explosión ensordecedora que atravesó la carne y la tierra. El humo llenó el aire, arremolinándose alrededor de hombres atrapados en las garras de la muerte.
Un soldado yace inconsciente, con la cabeza gacha, un brazo arrancado, el cuerpo inmóvil. Un médico, con manos temblorosas, se arrodilló a su lado; otro soldado, con el rostro cubierto de tierra, susurró una esperanza desesperada. El caos estalló: gritos, fuego, escombros: rifles destrozados, mochilas destrozadas, vidas robadas en un instante.  Recién llegado de las ensangrentadas arenas de la Playa de Omaha, el 29.º Regimiento, encargado de explorar las rutas hacia Isigny, se enfrenta a implacables contraataques alemanes. Los morteros atacan sin piedad, deteniendo su misión en una niebla de confusión. La muerte, ladrona a plena luz del día, se cobra aliento y futuro en un instante.
Esta es la verdad de la guerra: una muerte repentina y salvaje, que golpea sin previo aviso. Caen hombres —hijos, hermanos, sueños— silenciados en un abrir y cerrar de ojos. ¿Podemos afrontar este horror sin cuestionar el coste del conflicto, el precio de un mundo donde la paz se quiebra tan fácilmente? Deja que este momento te atormente. Deja que te recuerde: cada vida perdida es un mundo extinguido. ¿Cuántos más deben caer antes de que rechacemos tales horrores?. 


FUENTES:
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FOTOSMilitares
Este proyecto especial se creó en Normandía con la colaboración del grupo holandés de Historia Viva, The Sapper Eagles - 326.º AEB.

































Pedro Pablo Romero Soriano PS 

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