Los alemanes confiaban más en sus propias capacidades que en las de sus aliados. Como hiciera Napoleón Bonaparte, Hitler tuvo que apoyarse en ejércitos satélite para cubrir las vastas extensiones de la Rusia europea. Esto era ya una realidad en el tiempo inicial de la invasión en 1941, cuando cada kilómetro que avanzaban los alemanes los obligaba a defender un frente cada vez más amplio. En la proyectada ofensiva de verano de 1942, un avance del Eje por la costa nororiental del mar Negro y hacia el interior del Cáucaso extendería más aún las líneas de frente e incrementaría, por tanto, la necesidad de tropas.
Con las fuerzas alemanas estiradas al máximo para poder ocupar Europa occidental mientras se desangraban llevando a cabo grandes ofensivas en el Este, los aliados de Alemania se convirtieron en la única fuente que le podía proporcionar grandes contingentes adicionales. En el norte, el ejército de Finlandia era una fuerza capaz y estaba muy motivada; sin embargo, no se podía decir lo mismo de los otros ejércitos satélite. Mediante el ejercicio de una presión diplomática considerable, estos ejércitos fueron expandidos para la campaña de 1942 hasta un total nominal de 52 divisiones; 27 divisiones rumanas (cada una equivalente en tamaño a una brigada alemana), 13 divisiones húngaras, 9 divisiones italianas, 2 divisiones eslovacas y la “División Azul” española. Por razones obvias de política y orgullo nacional, los gobiernos participantes insistían en que esas tropas debían servir a las órdenes de sus propios comandantes de cuerpos y ejércitos. Aunque los alemanes proporcionaron oficiales de enlace y destacamentos de transmisiones a los cuarteles generales de los países satélites, tuvieron que emplear la persuasión y la diplomacia para garantizar la cooperación de estos ejércitos.
Pocas de estas unidades contaban con el entrenamiento y el equipo apropiados para el tipo de guerra de maniobra y mecanizada que decidió la mayoría de las batallas en el Este. En agosto de 1941, una emboscada soviética cerca de Odesa había dejado seriamente maltrecha a la única división blindada rumana, que ya no fue capaz de reemplazar sus obsoletos carros de combate. Las dos divisiones motorizadas italianas adolecieron de los mismos problemas técnicos que presen taron los escasamente blindados y poco potentes vehículos a motor italianos en el norte de África. El resto de las divisiones de países satélite era formaciones de caballería e infantería con equipo ligero, más idóneas para desempeñar tareas de seguridad en las áreas de retaguardia contra partisanos soviéticos que para enfrentarse a una fuerza de tanques del Ejército Rojo. Aunque los alemanes proporcionaron algunas baterías contracarro modernas para apoyar a sus aliados, no había acopio de coraje que pudiese compensar todas sus deficiencias en potencia de fuego artillero y de contracarro.
En efecto, estos aliados tenían coraje; a pesar de la, a menudo, despectiva opinión de sus patrones alemanes, las fuerzas de los países satélite contaban con muchos hombres valientes y, al menos, algunos soldados competentes. Parte de estos hombres eran fascistas fanáticos, enviados a Rusia, en parte, porque ejercían influencias perturbadoras en los propios países de origen. Otros mostraban poco interés por el fascismo, pero compartían la extendida creencia de que el comunismo soviético suponía una amenaza para sus sociedades. Incluso las tropas rumanas, cuyos oficiales, de escasa formación, se comportaban de forma abiertamente abusiva con sus propios hombres, demostraron su voluntad de luchar, aunque solo cuando se vieron apoyados de manera apropiada por armas pesadas.
Por tanto, cuando los soviéticos lanzaron sus contraofensivas a finales de 1942, estas circunstancias harían que la resistencia fuese casi imposible. Una vez que el clima invernal y el curso de los acontecimientos se volvieran contra el Eje, muchos de los soldados de los países satélites declinaron, de forma entendible, el dudoso honor de tener una muerte inútil en la nieve.
FUENTE:
“A las Puertas de Stalingrado” – Volumen I: David Glantz y Jonathan House (2017)
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Pedro Pablo Romero Soriano PS