“El día estaba cargado de electricidad y lleno de amenazas”, observó el conde Galeazzo Ciano el 23 de agosto de 1939. Desde su regreso de Salzburgo, el Duce no había hecho mas que dudar. Podía mostrarse belicoso y a favor de entrar en la contienda al lado de Hitler y, justo después, cambiar de idea y parecer convencido de que la guerra sería desastrosa para Italia. A decir verdad, su opinión dependía en gran medida de las personas con las que hablaba. Si era con el general Alberto Pariani, subsecretario de Guerra, se mostraba a favor de combatir. Si su interlocutor era Ciano, o el mariscal Pietro Badoglio, jefe del Estado Mayor General, se volvía más cauto.
“Esta noche, el Duce es favorable a la guerra”, escribió Ciano. “Habla de ejércitos y ataques. Ha recibido a Pariani, que le ha dado buenas noticias sobre el estado del ejército. Pariani es un traidor y un mentiroso”. Una curiosa característica de Mussolini es que nunca llegó a ser tan poderoso como le habría gustado, y que en ningún momento tuvo un poder tan absoluto como el de su colega del Eje, Hitler. A pesar de sus diecisiete años de fascismo, Italia seguía siendo una monarquía y la autoridad suprema la tenían el rey, Vittorio Emmanuelle III, y los generales de más alto rango del “Regio Esercito”, el Ejército Real.
Por eso Ciano se consideró afortunado de tener la oportunidad el 24 de agosto de hablar con el rey, cuya hostilidad hacia Hitler y absoluta aversión a la guerra no eran ningún secreto. El rey se encontraba en Sant’Anna di Valdieri, una estación alpina en el Piamonte, en la frontera francesa. De modo que Ciano dejó de nuevo Roma y se encaminó hacia el norte para esta audiencia. El rey Vittorio Emmanuelle, que había accedido al trono en 1900 y presidido la participación desastrosa de Italia en la Primera Guerra Mundial, no pudo ser más tajante sobre el estado de las fuerzas armadas y del Ejército en particular. Le dijo a Ciano que sus oficiales no tenían el nivel necesario, que sus armas eran viejas y obsoletas, y que durante sus treinta y dos recientes inspecciones de las diversas unidades y defensas fronterizas había quedado atónito por el triste estado de preparación en que se encontraban.
Si los franceses decidían invadir Italia, estaba convencido de que no se les podría detener. Más aún, los campesinos italianos odiaban a los “malditos alemanes”. “En su opinión”, dijo Ciano, “debemos esperar acontecimientos y no hacer nada”. El viernes, 25 de agosto, había sido un día tenso para Ciano. Por la mañana le habían advertido de que el Duce seguía furiosamente empeñado en participar en la guerra, y así fue como lo encontró a su llegada al Palazzo Venezia. Respaldado por las opiniones del rey, Ciano consiguió disuadir poco a poco a Mussolini de su afán beligerante y le sugirió que enviase un comunicado a Hitler para anunciar la no intervención de Italia hasta que el país estuviera mejor preparado para la guerra. Tras llegar a este acuerdo, Ciano estaba satisfecho por haber logrado su objetivo. Sin embargo, en cuanto regresó a su oficina del Palazzo Chigi, que estaba solo a unos seiscientos metros Via del Corso abajo, Mussolini lo llamó de nuevo para decir que había vuelto a cambiar de idea. “Tiene miedo a quedar mal con los alemanes”, escribió Ciano de mala gana, y quiere intervenir de inmediato. Es inútil discutir”.
A las 14.00 horas llegó un mensaje de Hitler para Mussolini. Daba a entender que la acción contra Polonia era inminente y pedía “comprensión” a los italianos. Ciano se valió entonces de esta última frase para persuadir a Mussolini de que respondiera categóricamente que Italia no estaba preparada para la guerra. En el preciso momento en que el conde Ciano dictaba esta nota oficial, a las 17:00 horas, el Forschungsamt (Oficina de Investigación del Ministerio del Aire del Reich), detectó al conde Ciano en la elaboración de la nota en la que se advertía que Italia no combatiría. Esta noticia y el subsiguiente comunicado oficial de Mussolini frenaron un poco el ímpetu de Hitler. Un ayudante del Führer pensó que el Führer pareció súbitamente desanimado, aunque esto no contribuyó en nada a apartarlo del rumbo que se había fijado. No culpaba a Mussolini, sino más bien a la aristocracia italiana, a la que consideraba anglófila, y a los “Bon Vivant” como Ciano.
La respuesta de Hitler fue pedir a Italia una lista de la compra donde indicaran lo que necesitaban para ir a la guerra. Esta petición llegó a Roma a las 21.30 horas del mismo 25 de agosto. Los alemanes recibieron la lista al día siguiente. En ella figuraban mas de 18000 toneladas de carbón, acero, petróleo, níquel, wolframio y otras materias primas, todas ellas ingredientes vitales de una guerra moderna que Italia no producía internamente, todo esto junto con 150 baterías antiaéreas pesadas y una amplia gama de equipo. Bernardo Attolico, el embajador en Berlín, añadió por iniciativa propia que Italia necesitaba todo esto entregado antes de entrar en guerra. Como reconoció Ciano con mal disimulado regocijo, para el envío de esta cantidad exorbitante de material se necesitarían unos miles de vagones de tren. La maniobra obtuvo exactamente el resultado que Ciano había esperado. Como respuesta, los alemanes ofrecieron sólo una parte del material solicitado. Entendían la posición de Italia y la liberaron de su obligación de combatir con ellos. Por el momento, al menos, Italia se mantendría al margen de la guerra que estaba a punto de estallar. Fue un golpe para el maltrecho orgullo de Mussolini, pero, por lo que respectaba a Ciano, Italia se había salvado de una tragedia.
En cierto sentido resulta extraño que Hitler se hubiese alarmado tanto por la postura de Italia. Era evidente que Italia no estaba preparada para la guerra e, incuestionablemente, habría sido más un estorbo que una ayuda. Puede, sin embargo, que le gustara más la idea de tener un aliado en lugar de que Alemania fuera sola a la guerra. También es posible que la magnitud de las exigencias de Italia sorprendiera y preocupara al Führer. El Alto Mando alemán ya sabía que Italia era militarmente débil, pero tal vez la realidad superaba las sospechas. Por otra parte, los alemanes no se habían portado como verdaderos aliados en los últimos meses, mostrando muy poca consideración por sus compañeros del Eje.
FUENTES:
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Fuentes:
“El Auge de Alemania – La Segunda Guerra Mundial en Occidente 1939 – 1941” – de James Holland (2018)
“Mussolini Unleashed 1939 – 1941 – Politics and Strategy in Facist´s Italy Last War” – de McGregor Knox (2004)
Pedro Pablo Romero Soriano PS