Iósif Stalin, Beria y el destierro de los calmucos

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Un soldado calmuco voluntario de caballería que combatió junto a los alemanes contra el Ejército Rojo.
Cuando el Ejército alemán capturó Elistá (capital de Kalmukia) el 26 de agosto de 1942, la 16ª División de Infantería Motorizada intentó controlar la enorme zona esteparia como zona de seguridad con la ayuda de las fuerzas locales. Después de construir una fuerza de autodefensa calmuca, que se defendió de la requisición del ganado por el Ejército Rojo, los alemanes llamaron a la gente a unirse a ellos en una lucha común contra el bolchevismo, creando escuadrones voluntarios de caballería para tareas de reconocimiento y misiones de combate más pequeñas. Luego se conformó una formación más grande bajo el mando alemán con más de 5.000 hombres que terminaron por seguir a la Wehrmacht a su retirada de la región

Al mismo tiempo que Hitler exterminaba a los judíos, Iósif Stalin hacía caer el peso de su venganza sobre no pocas minorías nacionales de la Unión Soviética. Miles de mujeres y niños inocentes murieron en uno de los actos de limpieza étnica más brutales.
Uno de los pueblos que más sufrieron fue el de los calmucos. La estepa en que habitaban se hallaba al sur de Stalingrado, desde donde se extendía, en dirección este, hasta el Mar Caspio: un mundo adusto, sin apenas agua, poblado por personas de origen mongol desde hacía cientos de años. Los alemanes habían ocupado esta región cuando el Grupo de Ejércitos A la atravesó de camino al sur, en busca del Cáucaso y los yacimientos petrolíferos de Bakú. Para la Wehrmacht, la ocupación de estas tierras desconocidas de Asia sirvió de demostración de cuán lejos había llegado.
Una vez expulsado el invasor germano, Stalin y su voluntarioso colaborador Laurenti Beria, jefe del NKVD decidieron que todo el grupo étnico habría de expiar los pecados de los pocos que habían colaborado con el enemigo. En octubre de 1943, Stalin ratificó la decisión tomada por el Comité Estatal de Defensa, de “trasladarlo” a áreas remotas de la Unión Soviética, como las ciudades siberianas de Omsk y Novosibirsk. En diciembre, Beria envió unidades de la NKVD a la estepa calmuca para que llevasen a cabo la deportación forzada. En sus filas se hallaba el teniente Nikonor Perevalov quien relata así lo sucedido: “Nos explicaron que había que desalojarlos porque durante la ocupación alemana habían dejado ver un lado especialmente negativo de su carácter. Para mí estaban en el bando adversario, no sólo por mi condición de comunista, sino también desde un punto de vista personal.
Las fuerzas de Beria pasaron varios días reconociendo la zona, comprobando cuantos vivían en cada casa y si tenían perros guardianes. Luego el 28 de diciembre de 1943, fecha que será siempre de infausta memoria para el pueblo calmuco, actuaron. “Sin previo aviso, a las seis de la mañana, irrumpieron en casa soldados armados y nos dijeron que venían a expulsarnos, recuerda Vera Tachieva, estudiante de una escuela normal en aquella época. “A las cuatro de la mañana llamaron con fuerza a la puerta de nuestro piso, cuenta Yevdokia Kuvakova, que se hallaba aun en edad infantil, y entraron soldados armados ordenándonos que nos levantáramos y nos preparásemos…mamá estaba tan aturdida que no fue capaz de hacer nada. Poco después se acercó un militar y nos dijo: “No teman, no los vamos a matar, solo a trasladarlos”. Nos dijo que había que desplazar a los calmucos, y así fue como, sin ser más que una niña, me convertí en una traidora de la patria”.
Se transportó a los calmucos a estaciones ferroviarias a fin de llevarlos a lo más remoto del territorio de la URSS. Familias enteras habían recibido sólo dos horas para empaquetar las pertenencias de toda una vida. Las condiciones en los vagones de los trenes eran terribles. En lo que duraron los cinco días de viaje entren hacia el norte, Vera Tachieva hubo de ser testigo de la muerte de los más débiles de cuantos compartían destino con ella. “Aquello fue terrible, porque jamás habíamos visto muertos con anterioridad, y en aquella ocasión tuvimos que compartir el espacio con los cadáveres hasta que los sacaban en la siguiente estación”.
La operación de llevó a cabo con tal reserva, que lo más seguro es que jamás llegue a saberse cuantos calmucos murieron en aquellos trenes. Con todo, uno puede hacerse la idea de hasta donde debió de llegar la tasa de mortalidad a partir de las cifras disponibles en lo tocante a una sola de las regiones de Siberia a la que fueron enviados: el krai de Altai, en donde murieron durante el viaje 290 de las 478 personas allí enviadas.
Yevdokia Kuvakova no contaba más de cinco años cuando llegó a Siberia con el resto de la familia. Aun así, los amargos recuerdos de aquella época permanecieron indelebles en su mente. “Quienes tenían pertenencias las trocaban por comida y quienes no tenían nada que canjear ni hablaban ruso, tuvieron que mendigar. Muchos murieron de hambre”. Su hermano menor sucumbió transcurridos apenas algunos meses. “El tenía que dormir en el suelo. Las temperaturas eran muy bajas, y terminó por coger un resfriado que se agravó hasta convertirse en neumonía, por lo que terminó muriendo. Era el único hijo varón de la familia, y mi madre se desesperó tanto que estuvo a punto de suicidarse”.
Hubo que esperar a la muerte de Stalin para que se “rehabilitara” a los calmucos y se les permitiera regresar a su tierra natal. Pero ni siquiera entonces, tuvieron la libertad para hablar abiertamente de lo que habían sufrido. Para 1989, recién se erigió un monumento en la capital, Elistá, para conmemorar a sus muertos.
El número “oficial” de calmucos deportados ronda los 93.000, si bien los sobrevivientes del exilio forzado, lo consideran ofensivamente bajo. El de los calmucos, además, fue sólo uno de los diversos grupos étnicos a quienes los dirigentes soviéticos tenían reservada la misma suerte. Entre otros, cabe mencionar a 68.000 carachais, procedentes del Cáucaso septentrional, y a 500.000 chechenos. Otros fueron los caucasianos cabardos (de los que se deportó 340.000) y los tártaros de Crimea (180.000). El total de desterrados tal vez no llegue jamás a conocerse, aunque debió de superar, el millón de personas.



FUENTES: https://www.facebook.com/photo?fbid=472302678254246&set=a.418790153605499

Historia de la Segunda Guerra Mundial

Fuentes:
“Una Guerra de Exterminio – Hitler contra Stalin” de Laurence Rees (2006)
“The Unknown Eastern Front – The Wehrmacht and Hitler´s Foreign Soldiers” de Rolf-Dieter Müller (2012)


 




















Pedro Pablo Romero Soriano PS

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